Tomado de La Vanguardia
4 de Marzo de 2018
El monumento de la discordia. La estatua actual es una réplica de la original, que era de bronce y fue fundida durante la Guerra Civil.
A raíz de mi investigación para la edición del libro Comillas, preludio de la modernidad (editorial Triangle) tuve que indagar sobre la carrera meteórica del mecenas Antonio López, primer marqués de Comillas, sobre el que pesaba el sambenito de traficante de esclavos.Tras revolver archivos y consultar a historiadores ingleses, catalanes y cubanos, comprobé que no existía ningún documento serio que avalase esa tesis. Tan sólo encontré unos libelos publicados por su propio cuñado, Francisco Bru, preñados de envidia y resentimiento, que evidenciaban las sospechas que provoca toda persona que acumula mucha riqueza y poder en tan corto periodo de tiempo.
En la Cuba de hoy se respetan los monumentos de los esclavistas catalanes, que los hubo. Pero allí a López se le reconoce como liberador de esclavos y promotor de la escuela moderna.En estos momentos en que proliferan los rumores, tema de combate que el Ayuntamiento de la Barcelona socialista puso en marcha y en el que trabajan muchos expertos exportándolo por el mundo, podemos entender la facilidad con que ha podido propagarse el rumor del López esclavista. Es denigrante que le tilden de negrero en tantos medios, e injustificada la retirada del monumento y el nombre de la plaza a Antonio López en un entorno ochocentista tan apropiado, y mediante una astracanada populista. Y no es que la obra guarde un alto valor artístico, una vez fundida la escultura original en bronce de Vallmitjana durante la Guerra Civil. Muchos se preguntan hoy por qué no habrán retirado el deleznable busto de Cambó, de quien sí existen documentos que avalan su financiación a los facciosos que atentaron contra la Segunda República. A esta continua política de gestos erráticos a que nos tiene acostumbrados este Ayuntamiento se suma el descuido al derecho a la vivienda social y el olvido a la memoria histórica.
Barcelona deambula por las cloacas de la cultura.Al fin y al cabo, el monumento a López simboliza el del más famoso de los emigrantes, quien salió descalzo de su pueblo en busca de mejor fortuna, comenzando como dependiente en una tienda de moda europea que tenía un gran éxito en Santiago de Cuba, y se casó con la hija del dueño, Luisa Bru, tras demostrar a su futuro suegro de que era capaz de hacer dinero. Fue una de las primeras personas que utilizó el crédito como herramienta para crear empresas y hacer fortuna. Se arriesgaba mucho, y se trasladó a Barcelona, entonces la única ciudad española apta para generar riqueza.
Simboliza además al más ilustre de los indianos, protector de las artes y las letras catalanas: “Saba de cendra i de gegant la força / tenia, tot batent-se amb l’huracà / deixava la formiga dins sa escorça / sa casa obrir i atresorar son gra…”. Así lo describía el poeta Jacint Verdaguer, además de dedicarle La Atlàntida y de compartir con él sus mejores años como capellán de sus empresas y de su propia casa.
Antonio López se consideraba a sí mismo un liberal, como se puede constatar en la correspondencia que mantuvo con Víctor Balaguer, y llamó la atención a su protegido Verdaguer más de una vez por su excesivo conservadurismo.
El marqués de Comillas forma parte del elenco de personajes artífices de la gran Barcelona, representa la culminación del periodo de la Renaixença que provoca el modernismo, y es quien ilustra mejor la proyección internacional (finanzas, comercio, marina, emigración, mecenazgo) de la economía y sociedad catalanas de finales del siglo XIX. Toda su vida giró en torno al hecho colonial, pues el esfuerzo de modernización colonial se llevó a cabo desde Catalunya, y durante el último tercio hubo una gran proyección y rivalidad colonialista en el mundo occidental.
Me sumo aquí a la protesta de la alcaldesa de Comillas, quien ha recordado en una carta a su homóloga barcelonesa la estrecha relación de ambos municipios y las numerosas obras artísticas que Antonio López promovió en su villa natal, además de aportar la primera iluminación eléctrica española, creando un enclave modernista catalán de gran trascendencia, desde las primeras obras de Gaudí, las mejores esculturas de Llimona y las brillantes intervenciones de Domènech i Montaner.
Otro disparate que se suma a los continuos desplantes a la Corona, cuando a esta le debemos las transformaciones –el plan Cerdà, las grandes exposiciones del 88 y del 29 y los JJ.OO. del 92– que han configurado la Barcelona contemporánea.
Simboliza además al más ilustre de los indianos, protector de las artes y las letras catalanas: “Saba de cendra i de gegant la força / tenia, tot batent-se amb l’huracà / deixava la formiga dins sa escorça / sa casa obrir i atresorar son gra…”. Así lo describía el poeta Jacint Verdaguer, además de dedicarle La Atlàntida y de compartir con él sus mejores años como capellán de sus empresas y de su propia casa.
Antonio López se consideraba a sí mismo un liberal, como se puede constatar en la correspondencia que mantuvo con Víctor Balaguer, y llamó la atención a su protegido Verdaguer más de una vez por su excesivo conservadurismo.
El marqués de Comillas forma parte del elenco de personajes artífices de la gran Barcelona, representa la culminación del periodo de la Renaixença que provoca el modernismo, y es quien ilustra mejor la proyección internacional (finanzas, comercio, marina, emigración, mecenazgo) de la economía y sociedad catalanas de finales del siglo XIX. Toda su vida giró en torno al hecho colonial, pues el esfuerzo de modernización colonial se llevó a cabo desde Catalunya, y durante el último tercio hubo una gran proyección y rivalidad colonialista en el mundo occidental.
Me sumo aquí a la protesta de la alcaldesa de Comillas, quien ha recordado en una carta a su homóloga barcelonesa la estrecha relación de ambos municipios y las numerosas obras artísticas que Antonio López promovió en su villa natal, además de aportar la primera iluminación eléctrica española, creando un enclave modernista catalán de gran trascendencia, desde las primeras obras de Gaudí, las mejores esculturas de Llimona y las brillantes intervenciones de Domènech i Montaner.
Otro disparate que se suma a los continuos desplantes a la Corona, cuando a esta le debemos las transformaciones –el plan Cerdà, las grandes exposiciones del 88 y del 29 y los JJ.OO. del 92– que han configurado la Barcelona contemporánea.