Investigamos y promovemos el acercamiento entre las culturas catalana y americanas, dándolas a conocer al público en general.

Los dos Méxicos del exilio español

El País
David Marcial Pérez
18 de noviembre de 2014


La llegada de miles de republicanos españoles escenificó en los diarios de la época la división entre dos Méxicos antagónicos.

Llegada a Veracruz del 'Sinaia' tras la Guerra Civil. Reproducida del libro 'Sinaia'
México ayudó con armas y comida al bando republicano español durante la Guerra Civil. Condenó antes que ningún otro país en la arena internacional la dictadura franquista. Fue el principal destino americano de los exiliados y sede del Gobierno durante los años cuarenta. Es casi un lugar común pensar aquel México como un acogedor refugio, y aquel exilio como un puñado de republicanos eminentemente ilustrados que bajaban del barco entre fraternales abrazos. Ese idealizado imaginario se ensombrece sin embargo al mirar un poco más de cerca a la realidad política de entonces. Un vistazo a los periódicos mexicanos de la época da cuenta de la hostilidad con que algunos recibieron a los republicanos españoles.

“Nuestro país no precisa de una emigración compuesta por esos embrutecidos milicianos y vividores de lo ajeno expulsados de España”, rezaba un artículo del periódico Excélsior en junio de 1939. “La designación de intelectuales suele ser en muchos casos un disfraz, un antifaz, un truco. Bajo esa capa no se esconde a menudo más que uno de esos zánganos de banqueta y cafetín, que aguzan el ingenio toda su vida para medrar”, clamaba por las mismas fechas El Universal ante la llegada de 1.500 exiliados en el buque Sinaia
“El conflicto español dividió profundamente a la sociedad mexicana. Probablemente porque la contienda civil reflejaba la propia polarización de México durante el cardenismo”, explica Agustín Sánchez Andrés, profesor de historia en la Universidad Michoacana UMICH y ponente en unas jornadas organizadas en la Ciudad de México por diversas instituciones académicas con motivo del 75 aniversario de la diáspora republicana por América. El presidente Lázaro Cárdenas fue el gran facilitador de la llegada de los cerca de 25.000 exiliados españoles. La afinidad política con la causa republicana de las bases de aquel Gobierno, heredero y continuador de la revolución mexicana, padre de la reforma agraria y la nacionalización del petróleo, provocó un despliegue de solidaridad con los perdedores de la guerra en España.

En el otro extremo de la balanza se situó gran parte de la clase media y alta mexicana, cuyos valores cristianos y anticomunistas entroncaban con facilidad con el ideario fascista de los sublevados. En esta sintonía conservadora entre ambas orillas del Atlántico, Sánchez destaca además “la influencia sobre todo de una la colonia española mayoritariamente franquista y bien relacionada con los medios conservadores”.

El enfrentamiento tuvo como escenario principal las páginas de la prensa gubernamental, representada por El Nacional, frente a las de los diarios independientes de mayor circulación del país, como Excélsior y El Universal, plataformas de los sectores más escorados a la derecha de la sociedad mexicana, que retrataban a los recién llegados como unos agitadores y unos intelectuales con propósitos de envenenar el ambiente político. El periódico oficialista El Nacional defendía sin embargo con un fervor casi místico la llegada de republicanos, a quienes consideraban portadores de “un espíritu que tiene raíces libertaras, de gobierno popular en las antiguas comunidades castellanas, que supo humillar a reyes frente a fueros ciudadanos”.

“A la postre, este debate dio lugar a una doble versión mexicana de las dos Españas enfrentadas en el conflicto español. La prensa oficialista y de izquierdas contrapuso la llegada de los intelectuales y obreros republicanos que representaban a la España progresista con la que México se había solidarizado, frente a la España de abarrotes y usureros simpatizantes del fascismo representados por la colonia franquista”, explica Sánchez.


Ese supuesto sesgo ilustrado de los refugiados españoles es otro tópico que ha calado en el imaginario colectivo. “Más del 70% de los exiliados eran obreros o campesinos y no intelectuales. Sin embargo, esa es la imagen que todavía hoy se tiene del exilio español en México, en parte porque los propios republicanos contribuyeron más adelante a difundir, de forma interesada, esa imagen de un exilio intelectual para distinguirse de la vieja colonia española”, subraya el historiador.

La prensa conservadora utilizó esa imagen distorsionada para cargar contra la principal justificación del Gobierno cardenista a la generosa apertura de fronteras. “Entre los que pretenden emigrar al país serán escogidos aquellos que representen la seguridad de establecer fuentes de trabajo diversas a las ya existentes en la República. Así se preferirá refugiados procedentes de las costas ibéricas que tiene fama de grandes pescadores (…) se preferirán agricultores de zonas cálidas para cultivar la vid, el trigo y la garbanza”, puntualizaba El Nacional. Mientras, desde las páginas del Excélsior y El Universal, se acusaba a los españoles de ser contratados en universidades y hospitales mexicanos en circunstancias más ventajosas que los nacionales.

El profesor de historia contemporánea del Instituto Tecnológico de Monterrey Carlos Sola Ayape se pregunta a su vez qué ganaba el cardenismo con esa campaña de desprestigio sobre el exilio. “El gobierno, de tintes autoritarios, permitía sin embargo que la prensa lanzara esas críticas porque le interesaba también que esa imagen de los recién llegados se difundiera en la sociedad mexicana. Funcionaba como una especie de límite o de toque de atención para los republicanos” apunta.

La polémica fue endureciéndose cada vez más en el precario entorno económico del México de finales de los años treinta, marcado por altos niveles de desempleo, la repatriación desde EE UU de los primeros trabajadores migrantes y el endurecimiento de la campaña de la derecha más tradicional y católica, el almazanismo. La tensión provocó incluso que el propio presidente saliera a la palestra con unas declaraciones a los tres principales diarios en verano de 1939. En aquel comunicado, apenas a un año de terminar su mandato, Lázaro Cárdenas defendió la política de selección del Gobierno subrayando que los exiliados republicanos contribuirían a colonizar y explotar el despoblado norte del país.


La intercesión del presidente apaciguó algo los ánimos, pero, como cuenta Sánchez, fue otra la causa que desplazó definitivamente a los republicanos del punto de mira conservador: “La prensa derechista, tradicionalmente hispanófila, fue adoptando progresivamente una imagen más favorable ya que, a fin de cuentas, eran españoles. Facilitó mucho además que su llegada coincidiera con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, el momento álgido de la polémica en torno a los llamados emigrantes “indeseables”, como se denominaba a los chinos, árabes y especialmente judíos centroeuropeos que huían del nazismo y que trataban por todos los medios de encontrar refugio en México”.

Ramón Xirau, poeta y filósofo catalán en México

El Pais
15 de noviembre de 2014

“Lo importante no es lo vivido, lo importante es estar aquí y ahora”

El intelectual Ramón Xirau, en su casa de Ciudad de México. / jaime navarro soto
En el primer piso de una casa noble de Coyoacán (Ciudad de México) se ha sentado con bata gruesa y aire tranquilo Ramón Xirau. El hombre, el poeta y el filósofo tienen 90 años y forman parte de la historia del pensamiento latinoamericano. Su obra filosófica, volcada en la explicación del silencio, de Wittgenstein y de Husserl, ha formado a generaciones de intelectuales; su lírica, un diamante de luz, sigue despertando admiración en México.

Es una de las últimas grandes figuras vivas de aquella migración que, caída la República, desembarcó y asombró a América. Ahora, 75 años después de su llegada a tierras mexicanas, Ramón Xirau repasa su vida. En sus palabras hay nostalgia; en sus silencios, recuerdos, pero sobre todo ello se imponen las ganas de vivir.

—¿Qué piensa del tiempo vivido?

—Lo importante no es lo vivido, lo importante es que estamos en este mundo aquí y ahora.

Nacido en Barcelona, en su infancia conoció, de la mano de su padre, el también filósofo Joaquín Xirau (1895-1946), a Antonio Machado y Salvador Dalí. “Los que tomaban por loco a Dalí no se daban cuenta de que era más inteligente que ellos, que iba muy por delante”, dice. De esa época guarda lo que él considera sus mejores recuerdos: la luz del Mediterráneo y sus paseos por Barcelona, Cadaqués o Llançà. “Tengo ganas de volver a esos lugares, cuando ya sé, por la edad, que no voy a volver”, sentencia.
Esa luz perdida no le abandonaría nunca, ni siquiera al llegar en 1939 a México, el país solar que, mientras el mundo se hundía en la barbarie, abrió los brazos a decenas de miles de republicanos que huían de la represión franquista y los campos de concentración franceses. Al desembarcar, la familia no traía más de siete libros, él, concretamente, uno del poeta Pierre Jean Jouve, al que aún hoy sigue leyendo.

En México, donde se nacionalizó en 1955, su creatividad emergió y dio lugar a una fusión que aún asombra a los que se le acercan. Considerado un poeta mexicano, escribe sus versos en catalán, mientras que su obra filosófica está construida en español. Octavio Paz, su amigo y admirador, le denominó hombre puente. La definición le gusta. “Soy un catalán de México y un español de España”, bromea.

—¿Y qué le parece la consulta independentista?



—Para Cataluña me gustaría una democracia como la de la República. Yo creo que España es un país federable, que no federado, y debe estar unido. Pero ha pasado el tiempo y ahora no es concebible sin monarquía.

Como pensador, su Introducción a la historia de la filosofía ha sido un manual clásico que ha acompañado a generaciones de universitarios, pero su cénit intelectual lo alcanzó con su obra más personal, con títulos del calibre de Poesía y conocimiento o Palabra y silencio, donde asimila la poesía y la filosofía a formas de sabiduría cercanas y ahonda en su reflexión esencial, el silencio.

—El silencio es lo que da sentido a las palabras. Sin silencio, no habría palabras. Es separación y continuidad.

—¿Y qué le ha aportado la poesía en su vida?

—Es complicado… Todo lo que pienso y lo que existe en mí…

La respuesta ha venido acompañada de una larga pausa. Xirau, a veces, deja flotar la mirada por la estancia. En esos momentos parece perdido, pero nunca desaparece del todo. Siempre vuelve. Ni la carga de la edad ni desgracias como la muerte de su único hijo han podido con él. Aún escribe versos y los enseña con ojos alegres. “Mire este, lo acabo de terminar y dice: ‘Taula blanca, tres taronges”. Luego, lo pronuncia en español: “Mesa blanca, tres naranjas”. “Ya se lo he dicho, me siento muy mediterráneo”.

Entre sus influencias cita a Joan Maragall, Machado y Paz. “Me considero muy cercano a él, su definición de hombre puente es un reflejo de lo que él también era. En mi caso, hay un constante ir y venir entre la poesía y la filosofía, entre un país que quedó atrás, la España de la República, y uno encontrado, México”.

—¿Eso es influencia del exilio?

—Decididamente. Perdí un país y gané otro.

En este mundo cargado de versos y pensamientos, el autor de poemarios como Las playas o Gradas nunca ha dejado de mirar la realidad más cercana, la actualidad. Al hablar de la desaparición de los 43 estudiantes de Iguala, la tragedia que ha convulsionado al país, se le endurece el rostro.

—Es un horror que pase esto en un país que se supone civilizado. México es ahora más peligroso que antes. Espero que no sea definitivo.

Xirau dice esto con una voz diluida por el cansancio. La conversación ha llegado a un momento crepuscular. El anciano filósofo se despide educadamente y se retira. Le hacen compañía su esposa, sus 30.000 libros y, algunas tardes, en la habitación del primer piso, un puñado de discípulos. Hablan de filosofía y poesía, del silencio y la palabra. Las luces de su vida.


Bibliografía seleccionada

Palabra y silencio (1964).
Introducción a la historia de la filosofía (1964).
Ciudades (1970).
Poesía y conocimiento (1979).
El tiempo vivido (1985).
Cuatro filósofos y lo sagrado (1986).
Memorial de Mascarones y otros ensayos (1985).