Investigamos y promovemos el acercamiento entre las culturas catalana y americanas, dándolas a conocer al público en general.

Santa María la Antigua del Darién, 500 años después

Especial Bicentenario
El Tiempo (Colombia)

Alejandro Restrepo Mosquera



Hablar de Santa María la Antigua del Darién es hacer memoria de la primera ciudad en América continental fundada en (1510). Por tal efecto, el Choco goza del privilegio de ser cuna del primer asentamiento moderno en tierra firme, de la medicina moderna y de la literatura, ya que en esta ciudad construida en suelo chocoano se construyó un hospital y se dio inicio a la novela caballeresca denominada "Clarybalte", ciudad esta que el rey Fernando V, más conocido como Fernando el Católico, ordenó mediante la cédula real firmada en Burgos en 1515 se le concediera un escudo de armas a Santa María la Antigua del Darién, población que este año cumple 500 años de ser fundada.

Santa María la Antigua del Darién fue fundada por Vasco Núñez de Balboa y el bachiller Fernández de Enciso, un día 24 de diciembre de 1510, ciudad esta que dispuso, entre otras cosas, de Casa de gobierno, taller de fundición, escuela, parcelas para la labranza, catedral, plaza de mercado, calles adoquinadas, cárcel, allí se eligió por primera vez a un alcalde por voto popular a Balboa; igualmente, por orden de don Pedro Arias Dávila, como gobernador de la provincia del Darién, por cédula real dirigida por la casa de contratación de Sevilla, en agosto de 1514 ordenó que se construyera en Santa María la Antigua del Darién un hospital donde se curara a los enfermos y se protegiera a las personas de escasos recursos, dotándolo de camas y otros elementos para su funcionamiento.

Debemos señalar que en el Chocó no existen evidencias de las ruinas materiales de dicha ciudad, solamente contamos con el territorio físico, pero sí existe un sinnúmero de objetos y elementos históricos en los museos de Antioquia y de Europa, específicamente en Bélgica, los cuales fueron llevados a dicho país por el rey Leopoldo de Bélgica, quien, en una expedición que realizó a Colombia, visitó las ruinas de Santa María la Antigua del Darién, en donde efectuó unas excavaciones y trasladó varios objetos históricos para su país: sería bueno que nuestras autoridades culturales chocoanas, a través del Ministerio de Cultura, solicitaran la repatriación de dichos elementos, para que el próximo año, que se cumplen los 500 años de la fundación de esta importante ciudad en América continental, estas reliquias sean expuestas y se queden en nuestro departamento, ya que nos pertenecen.

Con ocasión de estas efemérides conmemorativas de los 500 años de la fundación de Santa María la Antigua del Darién, el próximo 24 de diciembre de 2010 el gobierno nacional debería realizar en el Chocó un gran evento internacional con la presencia de los primeros mandatarios de España, Reino Unido, Portugal, Francia, Holanda, Portugal, Colombia, y que estos cooperen para que se reconstruya la primera ciudad en América en tierra firme.

Así mismo, debemos solicitar al Congreso de la República que promulgue una ley de la República que cree una estampilla conmemorativa de dicha efemérides, de circulación nacional, que grave a las empresas terrestres, aéreas nacionales y internacionales que viajan a Colombia, provenientes de los países que usufructuaron del oro que procedía de las minas del Chocó, en la época de la esclavitud y los Estados Unidos, que saquearon el oro y el platino con la compañía Chocó Pacífico, y es justo que se retribuya en algo esta expoliación con esta estampilla.

Con el producto que genere dicha estampilla se debe construir en la ciudad de Quibdó un moderno hospital de 3° o 4° nivel, dotado de los equipos técnicos de última generación, y de esa manera los chocoanos dispongamos de un centro hospitalario digno y, en lo sucesivo, no se sigan muriendo chocoanos por la falta de recursos médicos en pleno siglo XXI.

Cultura es independencia

Especial Bicentenario
El Tiempo (Colombia)

Paula Marcela Moreno Z
Ministra de Cultura


Hace más de dos años, comenzando el 2008, propusimos pensar el Bicentenario de la Independencia como una conmemoración que por sus implicaciones para la memoria común de los colombianos debía ser un proceso de reflexión. Era claro que esta ocasión no podía repetir las características de lo realizado cien años antes, en 1910. La pregunta constante fue: ¿qué conmemorar, entonces, y cómo hacerlo?

La respuesta a la primera pregunta parece evidente, pero no lo es. El significado de la palabra 'Independencia' es otro hoy: nuestra propuesta fue entenderla en plural: 'Independencias'. Esto porque los eventos de 1810 no son posibles de singularizar en los hechos del 20 de julio. Esto porque en los eventos de 1810 participaron personas y sucedieron eventos que no son posibles de singularizar únicamente en los hechos del 20 de julio.

Hoy es claro que esa fecha es simbólica, no de lo sucedido en la capital sino en todas las provincias de lo que para entonces era la Audiencia de Santafé, de una parte, y, de otra, porque recoge en un solo día las décadas que tomó lograr la libertad y el inicio de las conquistas por la búsqueda del reconocimiento efectivo y el ejercicio de una ciudadanía plena. Por eso, la Casa del Florero pasó a ser el Museo de la Independencia, con una renovación y lectura contemporánea de los momentos, personajes y una interactividad que reitera la naturaleza dinámica de la memoria de nuestros procesos de independencia.


Después de 200 años, el 20 de julio recoge como símbolo el esfuerzo de construcción de una Nación que sólo hasta la Constitución de 1991 logró aceptar que los colombianos nos nutrimos de la diversidad. Nuestra propuesta es entender la conmemoración del Bicentenario como un ejercicio de reflexión alrededor de la historia con futuro de este proyecto colectivo de Nación. Qué conmemoramos, entonces, es una pregunta pertinente porque proponemos entenderla no ya como un simple cumpleaños de algo que sucedió hace tiempo y que no ha cambiado en nada, sino, por el contrario, como algo que nos dice lo que hoy somos y lo que queremos ser.


Nuestro proyecto para la conmemoración del Bicentenario cuenta con 22 líneas de acción cuyos resultados hemos socializado desde abril, entre ellas se destacan los Centros Municipales de Memoria, las series de radio 'Independencias al aire' y las series de televisión 'Diálogos de la Independencia' y 'Viajes a la Memoria', y 13 exposiciones.


La inclusión es otro de nuestros ejes de acción. Las bibliotecas de literatura afrocolombiana e indígena, el libro Rutas de Libertad, exposiciones como 'Míranos, estamos aquí' y obras de teatro como Esta negrura mía son ejemplos de una mirada digna 200 años después a las comunidades étnicas no como víctimas sino como protagonistas y generadores de pensamiento. Por otro lado, las 'Rutas de la Independencia' son recorridos que buscan revitalizar el encuentro con los personajes, los lugares y los momentos que recrean nuestra gesta independentista.


Finalmente, actos simbólicos como el Gran Concierto Nacional, que en su tercera edición exalta la importancia de generar espacios de encuentro, que nos permiten revitalizar el sentimiento de identidad nacional. Millones de voces que este 20 de julio se unirán para conmemorar los 200 años de Independencia, bajo el liderazgo de nuestros artistas y gestores culturales. Unidos los 1.102 municipios y la diáspora colombiana en 44 países, con la alianza de la empresa privada con el sector público, y el compromiso de todos los medios de comunicación del país; se demuestra que cultura es independencia y que nuestro mejor concierto es Colombia.




La Independencia: tareas pendientes

Especial Bicentenario
El Espectador (Colombia)



HOY 20 DE JULIO, QUE CELEBRAMOS los 200 años del llamado "Grito de Independencia", vale la pena que nos preguntemos si siguen o no pendientes los retos que enfrentó la primera generación de colombianos.

Esto es, si las promesas de la Independencia dieron o no sus frutos. Y para esa tarea, nada mejor que apoyarse en uno de los más grandes historiadores de nuestro país, el profesor Jaime Jaramillo Uribe, quien en un artículo publicado en 1998 (¿Para qué sirve la historia?) se planteó la pregunta de cuáles eran los problemas más acuciosos que enfrentó la generación de la Independencia.

Cuatro eran según su criterio los principales desafíos: i) dado el vacío que generaba la destrucción del Estado colonial, era necesario construir unas instituciones capaces de regular adecuadamente el conflicto social y lograr la paz social; ii) debía lograrse una economía dinámica capaz de sacar al país de la pobreza; iii) era necesario modificar una rígida estructura de castas, que clasificaba a las personas por etnia y nacimiento, a fin de lograr una sociedad más democrática e igualitaria en donde todas y todos tuvieran los mismos derechos de ciudadanía; y iv) era indispensable crear un nuevo sistema educativo, que preparara a la población del nuevo Estado a asumir los desafíos del mundo moderno.

Doscientos años después, ¿en qué medida hemos superado esos desafíos? Es indudable que ha habido avances importantes. Los colombianos hemos logrado construir unas instituciones relativamente democráticas y de una estabilidad no despreciable. Colombia no ha tenido nunca un desarrollo económico espectacular pero ha logrado durante décadas una cierta constancia en su crecimiento. Hemos eliminado la mayor parte de las discriminaciones jurídicas heredadas de la Colonia. Y la educación ha avanzado, al menos en términos de cobertura de la educación primaria.

Sin embargo, como lo señala el propio profesor Jaramillo Uribe, los resultados son aún precarios. La estabilidad institucional relativa no se ha traducido en una verdadera democratización y convivencia pacífica, por lo que persiste el desafío de lograr un verdadero Estado de Derecho que beneficie a todos y todas por igual. El crecimiento económico ha tendido a ser modesto y sobre todo muy inicuo, por lo que subsiste una angustiante pobreza. La superación de las desigualdades jurídicas, que es obviamente importante, no se ha traducido sin embargo en una sociedad verdaderamente igualitaria pues persisten profundas discriminaciones sociales, étnicas y de género. Colombia es una sociedad de castas de facto, a pesar de que éstas hayan sido eliminadas jurídicamente. Y todavía tenemos el reto de lograr una educación de igual calidad para todas y todos ya que ésta tiende a estar económicamente segregada pues, salvo algunas excepciones, la educación de calidad está reservada a quienes pueden pagar por ella.

Como si fuera poco, a esos desafíos no resueltos de la generación de la Independencia, se suman otros retos, que surgen de las transformaciones políticas y económicas de las últimas décadas y que no existían en 1810, como el balance entre desarrollo y medio ambiente, la tensión entre política soberana e integración global, o el surgimiento de poderosas redes criminales, en parte asociadas al narcotráfico, que agravan nuestras debilidades democráticas.

Las celebraciones del Bicentenario no deben entonces reducirse a desfiles y ceremonias; dados esos formidables desafíos, el Bicentenario debe también ser un estímulo para una reflexión académica y política sobre cómo enfrentar esos retos. No vaya a ser que cuando Colombia llegue al tricentenario, nuestros bisnietos tengan que lamentarse, como nosotros, de que no hemos sido capaces de cumplir siquiera con las cuatro tareas de la generación de la Independencia.

* Director del Centro de Estudio DeJuSticia (www.dejusticia.org) y profesor de la Universidad Nacional

20 de julio: El día señalado

Especial Bicentenario
El Espectador (Colombia)


Como en las demás colonias de España en América, en Santa Fe de Bogotá, capital del Virreinato de la Nueva Granada, los ilustrados dieron el primer paso hacia la Independencia.

El viernes 20 de julio de 1810 era día de mercado y la plaza central del Virreinato de Santa Fe de Bogotá estaba llena de gente del común en labores propias de compra y venta de bienes de primera necesidad. Los intelectuales criollos estaban en otro asunto: ultimando los planes trazados en el Observatorio Astronómico o la casa de Camilo Torres, para provocar una revuelta popular y forzar una Junta Suprema.

Y todo salió como estaba pensado. Don Luis Rubio acudió al establecimiento del comerciante español José González Llorente, con la certeza de que su carácter irascible iba a facilitar el plan trazado. A la petición de un florero para adornar la mesa en la que se iba a brindar un banquete al comisario regio Antonio Villavicencio, el español reaccionó negándolo y los patriotas Francisco Morales y sus hijos Antonio y Francisco, decidieron golpearlo para forzar el alboroto popular.

Así se hizo y, como era de esperarse, en pocos minutos la plaza era un hervidero de protesta. Un reclamo con nombre propio: Cabildo Abierto. El hombre de los discursos fue el sangileño José Acevedo y Gómez, que logró nombradía como el tribuno del pueblo; el hábil negociador con los virreyes fue el canónigo Andrés Rosillo, que salió de la cárcel para cumplir un propósito histórico; y el alma del movimiento, quien condujo las masas para que fueran protagonistas, fue José María Carbonell.

A la madrugada del sábado 21 de julio, después de agitadas discusiones, se firmó el documento redactado por José Acevedo y Gómez que tomó el nombre de Acta de Independencia. En el texto quedó establecido que los destinos políticos debían quedar a cargo de una Junta Suprema presidida por el propio virrey Antonio Amar y Borbón y la vicepresidencia del alcalde de Santa Fe y acaudalado hombre de negocios José Miguel Pey. En otras palabras, se formalizó una soberanía a medias, reconociendo la monarquía de Fernando VII.

De hecho, en buena parte de la jornada, entre los gritos de protesta, se oyó decir muchas veces: “Abajo el gobierno, viva el Rey”. Esa parecía ser la suerte de la primera República, hasta que José María Carbonell, alentado por el pueblo en las calles, empezó a presionar la declaratoria de una libertad absoluta de España. La presión popular fue tan intensa que el 25 de julio fueron reducidos a prisión el virrey Amar y Borbón y su esposa. El 15 de agosto fueron desterrados a España, vía Cartagena.

La Junta Suprema que refrendó el Acta de Independencia estuvo conformada por el tribuno José Acevedo y Gómez; el alcalde José Miguel Pey; el delegado de Tunja, Joaquín Camacho; el notable orador cucuteño Frutos Joaquín Gutiérrez; el vocero de Socorro, Emigdio Benítez; el catedrático y jurista caleño, Ignacio de Herrera y Vergara; el bogotano Luis Eduardo Azuola; el redactor del Memorial de Agravios, Camilo Torres; el clérigo socorrano Andrés Rosillo, y el citado José María Carbonell, entre otros.

El 23 de julio fue creado el Batallón de Voluntarios de la Guardia Nacional, primer contingente militar para defender el nuevo orden político y al frente del cual fue designado el teniente coronel Antonio Baraya. Se trataba de darle consistencia a lo sucedido el 20 de julio, y por eso al primer batallón se vincularon muchos estudiantes de los colegios bogotanos, quienes así mismo empezaron su carrera militar. Era el entusiasmo por una Junta Suprema donde la élite criolla promulgó su capacidad para gobernar, sin incluir en sus planes inmediatos la independencia absoluta de España.

Con el correr de los días, la Junta Suprema fue eliminando los diversos cargos del abolido sistema de gobierno, y para darles participación a las provincias que se mostraban dispuestas a crear sus esquemas de administración independiente, tuvo el epílogo esperado. El 29 de julio se convocó a un Congreso Constituyente con participación de delegados regionales para formalizar la autonomía de España. Cinco meses después, el 22 de diciembre de 1810, se reunió el Congreso que le daría la primera constitución a la República soberana.

El Florero de Llorente

La chispa que encendió el fuego se presentó a las doce del día. Luis Rubio llegó a la casa del español José González Llorente a pedir prestado un florero para adornar la mesa del banquete donde se iba a homenajear al comisario regio Antonio Villavicencio. Ante la negativa, Francisco Morales y sus hijos Antonio y Francisco golpearon al agresor, mientras el ruido causado por el alboroto hacía eco en la plaza. En menos de una hora estaba formada la revuelta.

Indígenas colombianos marchan contra el Bicentenario la Independencia

Especial Bicentenario
El Tiempo (Colombia)


Unos 500 indígenas guambianos marchan desde el sur del país hacia Bogotá, a donde llegarán hoy y esperan adelantar su protesta.

Los aborígenes se movilizan en chivas y esperan caminar por el centro de Bogotá el martes, 20 de julio, cuando se cumplen actos de la fiesta patria cuyos actos centrales se celebran en 1.102 municipios.

La marcha pacífica en la capital arrancará en el parque Nacional, pasará por la plaza de San Victorino y continuará hacia la Media Torta, donde los indígenas harán diferentes actividades culturales.

Según los indígenas, en Colombia aún no existe una verdadera independencia y autonomía de los pueblos y, por el contrario, las comunidades aborígenes siguen violentadas como antes.

Los guambianos comenzaron a marchar hace cinco días desde diferentes sitios del Cauca y Valle, se concentraron en el resguardo La María y el sábado estuvieron en Cali, donde emprendieron una caminata desde los escenarios deportivos, al sur de la ciudad, hasta el CAM. Hoy, harán una corta parada en Cajamarca (Tolima). La programación para la celebración del Bicentenario incluye paradas militares, desfiles y actos culturales.

Paeces irían a huelga de hambre

La muerte el pasado 10 de julio de tres indígenas de Cerro Tijeras, en un atentado contra el retén de la Policía ubicado cerca del cabildo, llevó a esa comunidad de paeces a anunciar que entrará en huelga de hambre. De esta manera quieren llamar la atención del Gobierno sobre su territorio, que es amenazado por las 'Águilas Negras', las intimidaciones que vienen recibiendo 20 miembros y las muertes de nueve más en situaciones aún sin aclarar.

"Es una medida política para que, de alguna manera, el Gobierno nacional atienda la protección del territorio", dijo Enrique Guetio, gobernador suplente de la comunidad de Cerro Tijeras, ubicado en Suárez (Valle), en la parte alta de la cordillera Occidental. Allí, viven unas 3.500 personas, 800 de ellas niños.

La otra marcha por la soberanía

Especial Bicentenario
El Espectador (Colombia)

Con organizaciones sociales, indígenas y estudiantiles

El objetivo es plantear ante la opinión pública la dependencia de EE.UU. y la falta de soberanía del país.

Buscando convertirse en un espacio alternativo a la celebración del Bicentenario de la Independencia, organizaciones sociales, populares, indígenas, estudiantiles, sindicales, de mujeres y de trabajadores, celebraran este martes lo que han denominado la Marcha Patriótica y el Cabildo Abierto por la Independencia, con el objetivo de plantear ante la ciudadanía el interrogante de si realmente Colombia es una nación soberana e independiente.

Más allá del Bicentenario, se pretende también hacer oposición al establecimiento de las bases militares estadounidenses en el país, a la intervención extranjera y a la negación de los acuerdos humanitarios entre la guerrilla y el Gobierno. Según David Flórez, presidente de la Federación de Estudiantes (FEU) y uno de los organizadores, “en Colombia se frustró el proceso emancipador que comenzó con la Batalla de Boyacá y tomó un mayor aire con el proyecto de Simón Bolívar, en el cual ha habido unas realidades políticas históricas y económicas que marcan una dependencia de Estados Unidos”.

De acuerdo con los cálculos que hacen, se espera la participación de aproximadamente 100 mil personas en diferentes concentraciones en todo el país. Varias delegaciones se encuentran desde el lunes en Bogotá, donde se espera la presencia de por lo menos 12 mil personas que acamparán este martes en el campus de la Universidad Nacional y mañana, 21 de julio, desde las 8:00 de la mañana, marcharán hasta la Plaza de Bolívar.

“La Secretaría de Gobierno garantizó que el Esmad no va a intervenir dentro de la movilización porque nosotros nos hemos comprometidos a que va a ser una movilización pacífica”, señaló Gustavo Enrique Gallardo Morales, coordinador general de la marcha en la Comisión de Derechos Humanos.

Este lunes, con la llegada a la capital de un grupo de indígenas que participarán en la movilización, se conocieron denuncias de amenazas y descalificaciones con versiones en el sentido de que la marcha estaría infiltrada por la guerrilla. “Es una manera de obstaculizar la posibilidad de que los sectores sociales y populares se expresen, que le digan al país lo que realmente piensan de los pasados ocho años y la participación de la sociedad civil en el Bicentenario, con propuestas totalmente diferentes en la mayoría de los que van a pronunciarse”, declaró al respecto la senadora liberal Piedad Córdoba, una de las organizadoras de la movilización alterna.

Programación: cabildos, movilización y proclama

La marcha que empezó este domingo en el Parque Nacional, donde llegaron delegaciones de varios departamentos del país, desarrollará este martes durante todo el día cabildos temáticos en la Universidad Nacional, desde las 9:00 de la mañana.

En dichos cabildos se discutirán algunos temas sobre la soberanía nacional, los derechos económicos y sociales, el trabajo, la problemática agraria, la problemática urbana, el conflicto social y armado, así como la búsqueda de la paz con justicia social. En la tarde se realizará el Gran Cabildo Abierto por la Independencia y la Soberanía, y en las horas de la noche se celebrará el Festival Artístico por la Independencia.

Mañana miércoles termina la marcha con el “Grito de Independencia”, que consiste en una movilización desde la Universidad Nacional hasta la Plaza de Bolívar, desde las 8 de la mañana. A las 12:00 m. se dará lectura de la “Proclama Patriótica por la Independencia”, que ha sido definido como un “nuevo memorial de agravios”, y en la tarde las delegaciones retornarán a sus ciudades de origen.


Pensar el Bicentenario

Especial Bicentenario
Revista Número (Colombia)

Por Gilberto Loaiza Cano


La conmemoración del bicentenario de las Independencias en Hispanoamérica puede ser el pretexto o la oportunidad para que nos ocupemos, principalmente, de un doble examen: sobre el lugar del conocimiento histórico en nuestras sociedades y sobre lo que ese conocimiento ha producido o dejado de producir. Tal vez exagere si digo que habrá algunos debates y desacuerdos ostensibles que van a plasmar las diferencias obvias entre corrientes, tendencias, comunidades académicas (si las hay), redes de saber y poder (que al fin y al cabo es lo mismo) entre discursos oficiales y puntos de vista independientes. En todo caso, será momento propicio para hacer balances y —palabra ingrata— revisiones; y también, en todo caso, ya se ha ido notando que la conmemoración no será unánime y optimista como la de hace un siglo. Entre 1908 y 1910 parecía haber mayores certezas y acuerdos alrededor de la fecha fundacional; hoy, ese es punto de discrepancias. Al fin y al cabo, el 20 de julio y otras fechas del calendario republicano no se han consolidado fácilmente y, más bien, han tenido contrapunteos y subordinaciones ante el tradicional calendario de festividades católicas. Eso puede indicar que ser republicano, sin más señas ni señales, no ha sido fácil en el país del Sagrado Corazón de Jesús.

Las conmemoraciones son desafíos para quienes quieren recordar y hacer recordar; para quienes prefieren olvidar y hacer olvidar. Las conmemoraciones son competiciones en las formas de resignificación de los hitos. Cada cual hará los énfasis y los ocultamientos más convenientes. En todo caso, somos los individuos en el presente y por el presente los que decidimos cómo evocar lo pasado. Algunos ganarán y otros perderán en esa batalla de la memoria, algo del pasado se extraerá para sacarle provecho en la hora actual. Varias conmemoraciones que se han ido acumulando últimamente dan prueba de cómo esos eventos pueden ser momentos de pugnacidad entre formas de entender y transmitir el pasado: el sesenta aniversario del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, los cincuenta años de la instauración del Frente Nacional, los cien años del natalicio de Carlos Lleras Restrepo y hasta la muerte reciente de Alfonso López Michelsen han sido oportunidades para exhibir significados de los procesos históricos, para justificar comportamientos del presente, para establecer comparaciones. Cada cual ha inventado o al menos sugerido una épica, una comedia o una tragedia. En fin, las conmemoraciones pueden ayudarnos a detectar las perversiones, las virtudes o simplemente el estado mental de la sociedad que recuerda y olvida.

Un exuberante desierto

Hay una diferencia ostensible entre el bicentenario que se acerca y lo que fue la celebración del centenario; a comienzos del siglo XX se impuso una historia oficial que tuvo su sello en la fundación de la Academia de Historia (1902) y en la aprobación de un manual de enseñanza de la historia (1910), el libro de Jesús María Henao y Gerardo Arrubla, que difundió una versión hispanista, católica y conservadora de la historia de Colombia. Una versión que predominó por largo tiempo. Hoy, en contraste, no hay versiones oficiales de nuestra historia, la Academia de Historia tiene un peso intelectual muy relativo y en vez de un manual obligatorio de enseñanza tenemos dispersas y disímiles interpretaciones del pasado que compiten por prevalecer en aburridas publicaciones especializadas o en los dispares textos de ciencias sociales que inundan los colegios. De un discurso monocorde se ha pasado a un pluralismo confuso y difuso, a una relativa democratización del conocimiento histórico. En las universidades colombianas se han ido creando poco a poco tradiciones investigativas respetables (y también irrespetables); no somos ni tenemos todavía grandes investigadores dedicados exclusivamente a ese menester; las universidades públicas y privadas se han inventado eufemismos burocráticos que hacen creer que hay muchos investigadores sociales en el país, cuando a lo sumo existen algunos buenos profesores que han logrado hacer una sesuda investigación, pero son muchos más quienes consumen la mayor parte de sus energías en la rutina y la mezquindad de los bajos sueldos y los pocos recursos. Además, no se avizora aún un relevo generacional categórico que enjuicie o haga olvidar lo que dijeron y han estado repitiendo por varias décadas los profesores (nacionales y extranjeros) que escribieron y vendieron con relativa fortuna sus libros en las décadas de los setenta y ochenta. El resultado es, hasta ahora, una pluralidad de escrituras, de historias llenas de particularismos e incapacitadas para la síntesis. Son esas historias retaceadas y variopintas las que llegarán al encuentro del bicentenario.

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El 20 de julio de 1810 y la memoria domesticada

Especial Bicentenario
Revista Número
(Colombia)

¿Qué pasó realmente el 20 de julio de 1810 en Santafé, capital del Nuevo Reino de Granada? El historiador Óscar Guarín, quien en los últimos años ha hecho una recopilación de documentos históricos que se han publicado en Número, presenta un análisis sobre la fecha, su significación y lo que pasaba en la ciudad.
Por Óscar Guarín Martínez
Óscar Guarín Martínez. Historiador y magíster en historia de la Universidad Javeriana. Es profesor asistente del Departamento de Historia en dicha universidad, e investigador en el área de historia social del siglo XIX.

Por Óscar Guarín Martínez

Las fechas fundacionales son construcciones simbólicas que pretenden crear y fijar en la memoria colectiva una representación particular del pasado. Estas fechas, paradójicamente, se construyen de manera retrospectiva, y la amplificación y la selección de unos hechos por sobre otros obedecen exclusivamente a decisiones políticas e ideológicas, más que a razones históricas. En la mayoría de las ocasiones se trata de relatos aspiracionales, en los que los deseos del presente condicionan y acomodan la realidad del pasado. Su fijación se realiza mediante actos administrativos que pretenden domesticar y hegemonizar la memoria de lo que se ha de celebrar y aquello que no, y se apoya en una serie de rituales artificiales que con el tiempo se configuran como «tradición»1.

El 20 de julio es una de esas fechas controvertidas y controvertibles, con la cual se establecieron el hito de la fundación de la república y la celebración de su independencia. Fijada a través de la Ley 2854 tan sólo en el año 1873, se impuso de manera tardía por sobre muchas otras que se eliminaron del calendario cívico nacional, o que simplemente pasaron a un segundo plano: la declaración de independencia del Socorro el 10 de julio de 1810, por ejemplo, o la de absoluta independencia de Mompox el 6 de agosto del mismo año, o la más radical del 11 de noviembre de 1811 en Cartagena. Incluso por sobre fechas que podrían tener un carácter políticamente más significativo: el 16 de julio de 1813, día de la verdadera declaratoria de independencia del Estado de Cundinamarca. El debate sobre la fecha fundacional de la república suscitó, entonces, enconadas discusiones a lo largo del siglo XIX, en las que las regiones expresaron su desacuerdo con la fecha oficial por cuanto se daba preeminencia exclusiva a Bogotá y se consideraba que el 20 de julio no se había declarado ninguna independencia. A pesar del inconformismo, fundamentado pero más bien discreto, la promulgación de la Constitución de 1886 oficializó dicha fecha y la resignificó de un modo particular, recogiendo, por un lado, la idea generalizada entre las elites políticas andinas de constituir a Bogotá como centro desde donde se irradiaba la civilización al resto del país (la Atenas suramericana), y como celebración de dicho triunfo: el de la centralización política y burocrática, el unanimismo ideológico y la pretendida homogeneidad cultural2.

Fuera como fuese que esta fecha terminó por oficializarse, lo interesante de la cuestión radica en la manera en que se construyó la narración de los hechos sucedidos aquel día, la forma en que se acomodaron e interpretaron, y todo aquello otro que silenciaron. Si algo pone en evidencia los intereses políticos e ideológicos de las elites criollas, además de identificar su carácter, es la narración de los hechos del 20 de julio.

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Independencia

Doscientos años

Especial Bicentenario
El Espectador (Colombia)

Santiago Montenegro

EDMUND BURKE ESCRIBIÓ QUE LA sociedad es un contrato social, pero no sólo un contrato entre los vivos, sino entre los vivos y los que ya están muertos, y también entre los vivos y los que aún no han nacido.

Cuando conmemoramos dos siglos del grito de Independencia, tenemos una oportunidad para reflexionar sobre ese contrato social con los que ya no están con nosotros. Tenemos que hacer un esfuerzo por saber si el país que hoy tenemos responde a las promesas, esperanzas y sueños de nuestros mayores. En ese balance histórico hay muchos pasivos, promesas incumplidas, errores y zozobras que han mermado nuestro patrimonio, pero también hay muchos activos que tenemos que resaltar y sobre los cuales los colombianos podemos sentirnos muy orgullosos. En estos largos años, Colombia tuvo un avance material e institucional importante, pero, si se me diera a escoger, yo resaltaría la gran estabilidad institucional, pese a todas sus deficiencias, como uno de nuestras grandes logros. Si algo tenemos que mostrar en el concierto de naciones durante este largo período es el hecho de que, casi todo el tiempo, Colombia tuvo gobiernos civilistas, que fueron elegidos en procesos electorales y que hicieron un uso limitado del poder. A diferencia de la mayoría de los países de la región, el nuestro evitó los caudillismos y las dictaduras militares, rechazó el populismo y consolidó una importantísima tradición jurídica.

Así, desde el comienzo de nuestra nacionalidad, la mayoría de los colombianos tendimos a respetar esas instituciones y a operar con esas reglas de juego. Por eso, debemos recordar y mirar con respeto a los fundadores de la república, a grandes presidentes y conductores, a jueces y letrados, a quienes sufrieron el martirio en su lucha por una Colombia mejor. Pero no debemos olvidar al pueblo anónimo que, en momentos o de bonanzas o de crisis, no se dejó enceguecer por las dádivas o por la cólera, ni corrió detrás de vendedores de pomadas milagrosas y, por el contrario, escogió el camino de las urnas para escoger a sus gobernantes. En esta fecha debemos recordar a millones de seres anónimos y humildes, quienes, con su trabajo y esfuerzo, marcharon y lucharon en las guerras de Independencia, luego abrieron caminos, labraron el campo, levantaron fábricas, y, por encima de pasiones, odios y rencores, con sus movilizaciones y con sus votos eligieron congresos y presidentes y legitimaron nuestras instituciones. Son millones de héroes, no porque ganaron batallas militares o políticas o porque salieron en los titulares de los periódicos, sino porque tuvieron un comportamiento heroico. Todos los colombianos, sin excepción, tenemos antepasados así, pobres, que caminaron en alpargatas y quienes con indecibles esfuerzos levantaron una familia, educaron y sacaron adelante a sus hijos, trabajaron de sol a sol, siete días a la semana y para quienes ya viejos y cansados, como para el labrador de Bernárdez, la eternidad fue su primer domingo.

Como dijo uno de los grandes de nuestro país, lo más íntimo que poseemos y nos define, es también la conjunción de centenares —millones, diría yo— de muertos y de alientos evaporados. Por eso, cuando conmemoramos dos siglos del grito de Independencia recordamos al ex presidente Alberto Lleras cuando dijo que “no se puede construir una nación nueva, como si no tuviera cimientos y ruinas; y como si los padres no hubiesen existido, trabajado y sufrido sobre ella. Confiad en los que humildemente sienten el peso de los muertos y reconocen que tenemos que continuar”.

Palabras del Bicentenario

Especial Bicentenario
El Espectador (Colombia)

Por Alvaro Forero Tascón

SOBERANÍA, CIUDADANO, IGUALDAD, república, constitución, tiranía, derechos.

Estas son las palabras sin las cuales no hubiera podido concebirse la Independencia. Son algunas de las palabras que nos cambiaron, según enseña la magnífica exposición Lenguaje y poder en la Independencia, de la Biblioteca Luis Ángel Arango.

“Uno de los principales logros de la Independencia fue poner en circulación un conjunto de ideas y un lenguaje con el que la posibilidad de un orden social distinto al colonial se instaló en el imaginario social. Al producirse la crisis del Imperio español y al pasar de la fidelidad al rey a la Independencia, fue necesario definir quiénes y cómo gobernarían, producir una nueva legitimidad y para ello, un lenguaje distinto con el que se pudiera decir y entender el nuevo orden político republicano que se estaba fundando”. Así explica Margarita Garrido, curadora de la exposición y directora de la Red de Bibliotecas del Banco de la República, la importancia de las palabras para entender la Independencia. Agrega: “Las palabras circularon en todo tipo de impresos y fueron leídas y dichas por muchos. Con ellas se hacía la Independencia. ¿Hasta qué punto este lenguaje contribuyó a una nueva cultura política en nuestros países? ¿Cómo nos cambió?”.

Si hay palabras que son la radiografía de las épocas, ¿cuáles marcan a Colombia en el Bicentenario como “nación en el mundo”? Hay que empezar por globalización, que paradójicamente es contraria al concepto de independencia, pero que no es exclusiva. ¿Cuáles explican las particularidades de la Colombia actual en lo político?

Quizá las más evidentes sean seguridad democrática, porque están en el centro de las preocupaciones y esfuerzos nacionales. Son también el sello de un gobierno, y en este caso de un gobernante, porque la influencia de Álvaro Uribe consiste en haber liderado un cambio de paradigma en relación con la violencia colombiana, y su éxito político en haber introducido en el imaginario colectivo palabras que reemplazaban, o destruían, anteriores muy importantes. Terroristas a cambio de subversivos es tal vez la más poderosa. Y guerrilleros por bandidos, menos elaborada pero efectiva políticamente. Otra concomitante fue reemplazar conflicto interno y paz, por guerra. Desde el punto de vista de la cultura política, todas ellas se tradujeron en la palabra confianza. En lo económico, confianza inversionista, abstracta y permisiva. Y en lo social desapareció el concepto de justicia social que marcó casi todo el siglo pasado, para ser reemplazado por uno sibilino: cohesión social. Estas palabras buscaron reemplazar las de la Constitución del 91, más coherentes con las de la Independencia como soberanía popular, tutela, derechos, en el marco del revolcón.

Pero todas ellas forman parte de los dos siglos pasados. Con tres nuevas, de pronóstico reservado, arranca la tercer centuria. Una, quizá la que más falta hacía, demoró doscientos años: legalidad. Las otras vienen del pasado: unidad nacional. Con las palabras que trae la exposición “se hacía la independencia”. Con las actuales, ¿qué se está haciendo? ¿Qué orden se está fundando?

En nuestros primeros doscientos años

Especial Bicentenario

El Espectador (Colombia)

* William Ospina

A Deng Xiao Ping le parecía prematuro responder si el Descubrimiento y la Conquista de América eran acontecimientos muy importantes para la historia universal, porque desde la perspectiva de cinco mil años de historia, cinco siglos de América son un tiempo muy breve. Y los dos siglos que celebramos de nuestra vida independiente podrían compararse a un instante.

Lo más asombroso de ese choque terrible, que comenzó en 1492, es que dos mitades del mundo hubieran crecido incomunicadas durante treinta mil años. Dioses, mitos, sueños, lenguas, costumbres, habían evolucionado de un modo autónomo.

Es todo un desafío preguntarse qué fue lo que llegó a América en el siglo XV: amalgamados en una sola fuerza venían la Edad Media y el Renacimiento, la ortodoxia católica y los moros clandestinos, los judíos y los cristianos viejos, la tierna religión de los místicos y la armada infernal de los inquisidores, el encierro español en la aldea y la avidez de mundos de la edad de los descubrimientos, las discordias de Europa y el humanismo, el viejo platonismo agustiniano y la nueva curiosidad tomista por la materialidad del mundo, el clásico sentido religioso de las proporciones y las jerarquías, y el nuevo espíritu escéptico que centraba todo en la individualidad y en la perspectiva, la cosmografía bíblica y la nueva cosmología copernicana, el naturalismo que había alboreado en la Divina Comedia y que ya llenaba los días y las noches de Leonardo da Vinci y de León Battista Alberti, la intolerancia de las Cruzadas y la curiosidad universal.

La llegada de Europa no fue por fortuna sólo una invasión militar y un saqueo desmesurado, sino el desembarco de siglos y de mitos, de lenguas y de preguntas, de manufacturas y de músicas, de la pasión pero también de la reflexión.

Ahora bien, preguntarnos qué era lo que había en América a la llegada de ese tropel de sueños y delirios, de ambiciones e instituciones, de cosmologías e instrumentos, es un desafío más desmesurado, porque Europa se ha pensado y repensado a sí misma, en tanto que América fue mucho tiempo rechazada por el pensamiento, acallada por el miedo, desdibujada por el prejuicio, desvirtuada por la caridad, borrada por la codicia y se diría que amordazada por la piedad. Europa, por fortuna, también había desarrollado en largos siglos unos instrumentos que le permitieron vigilarse a sí misma, desconfiar de sus virtudes, consultar oráculos más poderosos que la vanidad y que la soberbia.

Detrás de la cabalgata de los genocidas vino el galope asombrado de los cronistas; detrás de los trenos fanáticos de los capellanes militares, las cadencias deslumbradas de poetas como Juan de Castellanos; detrás de crímenes paranoicos como el Cajamarca, las reflexiones conmovidas del padre Vitoria; detrás de la expoliación y los hierros candentes, el desvelo atormentado de hombres como Bartolomé de las Casas; y ello nos hace sentir que Europa se vigilaba a sí misma, se criticaba, observaba la naturaleza, escuchaba el rumor de las lenguas, escuchaba su propio corazón y su conciencia moral. Por mil razones distintas fue capaz de dedicar años abnegados a la elaboración de las gramáticas de las lenguas indígenas, introducir a los nativos en el conocimiento de los instrumentos y de las músicas, sondear en los fundamentos del cristianismo para encontrar argumentos a favor de la dignidad de los pueblos sometidos, y hubo quien se atreviera a ver a Cristo redivivo en los cuerpos martirizados de siervos y de esclavos.

Nadie ignora que Europa se sembró hasta las médulas en el alma de América, pero en cambio suele ignorarse hasta qué médulas de Europa penetró la experiencia americana: cuánto cambió el hallazgo de América la vida de Europa. América es hoy inconcebible sin Europa. Asia vive por sí misma, África vive por sí misma, América, siendo distinta, no puede leerse sin parámetros europeos. Y por ello es importante advertir que el alma de Europa, para hablar en términos simbólicos, fue profundamente tocada por ese hallazgo, por esa extrañeza, por el hecho de que el continente que aparecía en el horizonte parecía cumplir muchos sueños y promesas que había arrullado su tradición cultural.

Fue como si emergiera de nuevo la Atlántida de Platón, como si apareciera la isla que avizoró Ulises en el poema de Dante, pero fue también como si emergieran entre las olas la nostalgia del Paraíso, las playas edénicas, las tierras donde fueron a predicar los apóstoles perdidos. Europa buscó en América durante un siglo todo lo que había perdido en los sueños y en los siglos: enanos, gigantes, sirenas, endriagos, silfos, duendes, centauros y amazonas, ciudades de oro, fuentes de la eterna juventud, países de cucaña, su inocencia perdida, su Eldorado y su Utopía.

La conmoción que produjo América pasó por Erasmo y Montaigne, y llegó hasta Voltaire y Rousseau. Por eso el influjo de la Revolución Francesa no es algo ajeno a nuestro mundo americano. América fue definitiva en la gestación y la maduración de ese fenómeno que llamamos la Modernidad. Una vez aparecida ya no se pudo renunciar a ella, ni en la economía, ni en la política, ni en la filosofía, ni en las artes.

El “buen salvaje” conduce al Emilio y al Contrato Social; a través de Cristo los diez mandamientos conducen en América a los Derechos del hombre; la prédica de la igualdad conduce a la duda sobre los derechos de la monarquía; el Nuevo Mundo hace pensar en la Nueva Jerusalén; el Renacimiento de las artes hace pensar en el renacimiento de la humanidad; una extraña avidez por volver a empezar iba llenando la sensibilidad y el pensamiento de los europeos, y fue debido a todo ello que un día los cañones de la Revolución dispararon contra los tronos.

El hecho americano, en sí mismo, había alimentado lejos los sueños que después produjeron el despertar de América.

* Leído en el Primer Congreso de Historiadores Dominicos de Colombia

Tambores y fanfarrias

Especial Bicentenario
El Espectador (Colombia)


Alfredo Molano Bravo



EL 20 DE JULIO, DÍA DE FERVOR PAtriótico, se cumplirán 200 años del levantamiento criollo contra la invasión napoleónica a España, que llamamos Grito de Independencia.

El gobierno prepara un gran desfile militar en Bogotá para conmemorar el Bicentenario y, de paso en paso, hacerse una despedida memorable. “Estaremos en la Avenida 68 desde la calle 26 hasta la calle 80. Será un desfile preparado por el Ministerio de Defensa, en el cual podremos ver todos los vestidos que ha lucido nuestra Fuerza Pública en estos 200 años”, anuncia la propaganda oficial. Se tratará de mostrar, sin ningún recato, que la Fuerza Pública fue fundada el 20 de julio y ha sido una y la misma desde esa fecha; un eje de acero que ha lucido diferentes, elegantes y honrosos uniformes durante dos siglos.

La realidad ha sido muy otra. A partir del Grito, las peleas no fueron contra los ejércitos españoles, sino entre partidas armadas criollas. Bolívar —el traidor Bolívar, como lo llamaba Morillo— armó varios ejércitos desde la Campaña Admirable hasta que por fin con los llaneros le sonó la flauta en el Puente de Boyacá. Esa tarde se fundó un ejército, pero no el nacional porque desde el Pantano de Vargas hasta Ayacucho las batallas fueron ganadas por fuerzas compuestas por venezolanos, neogranadinos, quiteños, peruanos, rioplatenses, chilenos, haitianos y hasta ingleses. Así como no predominaba lo colombiano en la composición, tampoco había uniformes parejos. Cada general mandaba hacer el suyo a su gusto y vestía a sus peones y subordinados según su fortuna y, claro, la que le deparara la guerra. Pero de ahí en adelante, ejército, lo que se llama ejército, no hubo. Y no hubo porque el siglo estuvo plagado de guerras civiles, deporte de nuestros notables. El cura Villota se levantó en 1839 en armas en el sur para defender las “comunidades religiosas menores”, suprimidas por el gobierno, y se armó la trifulca llamada Guerra de los Supremos. Después, Julio Arboleda, dueño de minas, haciendas y esclavos, se “pronunció” en Cauca para defender sus haberes. Lo enfrentaron terratenientes engalanados, meros caudillos enfierrados. Más tarde se unieron, en otra guerra, contra Melo, y después unos y otros se destrozaron en 1861. Cada partida de vencedores redactaba su propia constitución mientras los derrotados reorganizaban sus propios ejércitos. Los liberales, por fin se impusieron en el 62. Cada región tomó el nombre de estado y organizó su propia fuerza. El Ejército Nacional quedó reducido a una ridícula fuerza de 600 hombres llamados Guardias Nacionales. Sólo el estado soberano de Santander tenía mil hombres. Después los señores se enfrentarían en las guerras del 76 y el 85, de donde salió la Constitución del 86 que por fin intentaba organizar una fuerza centralizada y jerarquizada, pero aún no profesional. La Guerra de los Mil Días unificó dos cuerpos de ejército y enfrentados dejaron —o permitieron— perder a Panamá. El Ejército Nacional, el de verdad, salió de la fundación de la Escuela Militar en 1907, dirigida por una misión chilena de formación prusiana. Las ocho guerras civiles nacionales del XIX y los continuos alzamientos regionales dicen que no hubo durante los primeros cien años nada parecido a un Ejército Nacional. A la gloria, honra y demás prendas hay que quitarles la mitad, señora María Cecilia Donado. El monumento a los cascos que hay frente al Teatro Patria en Bogotá muestra qué tan nacional ha sido esa fuerza: un casco bismarckiano, usado aún en las paradas; un casco nazi que todavía se pone la Policía Militar, y un casco norteamericano, reglamentario desde nuestra participación en la Guerra de Corea hasta el Plan Colombia.

Palabras del Bicentenario

Especial Bicentenario
El Tiempo (Colombia)

Eduardo Posada Carbó

El próximo martes se cumplirán 200 años de la instalación en Bogotá de la Junta Suprema de Gobierno, que destituyó al virrey Antonio Amar, tras los agitados sucesos que desembocaron en el cabildo del 20 de julio de 1810. Otras ciudades ya habían formado juntas autónomas, semanas o días atrás: Cartagena, Mompox, Cali, Pamplona, Socorro. Pasaría otra década antes de que se consolidara la emancipación frente al imperio español. No obstante, el año de 1810 y aquellos eventos en la capital bogotana adquirieron enorme simbolismo, hasta convertir al 20 de julio en la fecha oficial de la independencia en Colombia.

La independencia ha sido desde siempre fuente de interesantes debates políticos e intelectuales. Grandes conmemoraciones, como la del Bicentenario, son ocasiones oportunas para reflexionar sobre el significado de tan importante momento histórico. Tal es precisamente el sentido de muchos de los eventos organizados para marcar esta fiesta nacional. La exposición organizada por Margarita Garrido en la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República -'Palabras que nos cambiaron: lenguaje y poder en la independencia'- me parece especialmente atractiva.

Si algo cambió durante la independencia fue el lenguaje. Algunas palabras podían ser las mismas utilizadas durante la colonia. Pero, como Margarita Garrido observa, adoptaron entonces significados diferentes. Buena parte del nuevo vocabulario se inspiraba en los ideales de la Revolución Francesa, cuya Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano -traducida aquí por Antonio Nariño en 1794- abre la citada exposición. Los cambios en el lenguaje, sin embargo, adquirieron otra dinámica tras la crisis de la monarquía española en 1808. Documentos como el Memorial de Agravios (1809) de Camilo Torres o las actas de independencia de 1810 y 1811 marcaron por ello hitos revolucionarios.

El glosario es rico, sin ser comprehensivo. Incluye palabras como: derechos, libertad, igualdad, pueblo, elecciones, ciudadano, democracia o soberanía. (Parecerían faltar expresiones como 'opinión pública'.) El catálogo que acompaña la exposición explora las palabras seleccionadas a través de documentos de la época, pero también de textos de historiadores y escritores contemporáneos.

La exposición dedica un justo espacio a las constituciones adoptadas durante el período, algunas antes de la famosa constitución de Cádiz de 1812. Como lo muestra un estudio de Víctor Uribe-Urán, hasta entonces "el mundo había conocido pocos documentos de esta índole". La Nueva Granada vivió en esas décadas una verdadera fiebre constitucional que merece ser revalorada. El "nuevo discurso legal" de estas constituciones recibía eco en los periódicos, bajo los criterios novedosos de la libertad de prensa, que por supuesto también reciben especial atención en la muestra de la Luis Ángel Arango.

Se suele suponer que el impacto de la imprenta en el período fue limitado, por las altas tasas de analfabetismo. Tal argumento ignora los diversos canales que servían para difundir la palabra escrita entre el público no lector, como el púlpito de las iglesias, las tribunas de plaza pública o las conversaciones callejeras.

Cualquiera hubiese sido el medio, la exposición muestra que el nuevo lenguaje llegó a amplios sectores de la población. Las querellas ante los jueces, como señala el texto de la curadora, dejaron evidencias de cómo, tras la independencia, "los antiguos vasallos comenzaron a reclamar nuevos derechos como ciudadanos (...), apelando a la igualdad, a la constitución y a la justicia de la república".

Quienes no vivimos en Bogotá, y no podemos apreciar personalmente la exposición, lo podemos hacer de manera virtual: www.lablaa.org/bicentenario/index.html. El portal también ofrece otros estupendos documentos e imágenes, seleccionados por la red de bibliotecas del Banco de la República para festejar este gran aniversario de nuestra independencia.

De propagandas y héroes

Especial Bicentenario
El Espectador (Colombia)
Por: Cristina Lleras Figueroa / Curadora de arte e historia, Museo Nacional de Colombia
Un vistazo a la historia de las imágenes de Independencia.

¿Para qué preguntarnos sobre imágenes que se crearon hace cientos de años? Más allá del fetiche, se trata de encontrar claves para pensar qué historia y qué protagonistas se han privilegiado y quiénes han sido excluidos en ese proceso, para así elaborar hacia futuro historias no oficiales, quizá más incluyentes.

La nueva República necesitaba símbolos de fácil acceso, imágenes, para propagar las ideas políticas. Tenían que apelar a los valores de sacrificio y sentimientos de lealtad y apego a la patria, algo tan grande que posibilitara la cohesión de un país.

Una de las pinturas icónicas es Ricaurte en San Mateo (1920), del artista Pedro Alcántara Quijano, que representa al mártir justo en el momento previo a su inmolación. Esta obra parecía dar fin al debate abierto por cuenta de Luis Perú de Lacroix, quien desmintió tal acción y dijo que Bolívar lo había inventado para inspirar a las tropas. Más allá de lo sucedido, lo que importa es la propagación del mito.

Ahora, habría que preguntarse si realmente la idea de difundir héroes compartidos ha logrado su cometido. Para los pastusos el héroe no es Bolívar sino Agustín Agualongo, líder de la resistencia (con amplios argumentos) en contra del proyecto Republicano. Una imagen reciente en la carátula del disco de Bambarabanda nos comprueba que hay disputas no resueltas sobre la Independencia.

El personaje central —el héroe, normalmente hombre blanco— se concibe y se describe como instigador de los grandes sucesos de la historia. Tan sólo se destacaba el linaje y los ancestros europeos. El almirante mulato José Prudencio Padilla es el ejemplo de esta forma de exclusión. Pese a haber protagonizado la liberación del Caribe fue fusilado en 1828, acusado injustamente de participar de una conspiración contra Bolívar. Pocos conocen su imagen o su historia.

Así mismo, la representación de las heroínas es escasa, tardía y su imagen restringida. Desde el momento mismo del proceso independentista se reconoce el valioso papel de las mujeres, sin embargo, no se propaga su rol político. La Pola se constituye rápidamente como el personaje femenino emblemático y su sacrificio goza de una amplia difusión. Los casos de Carmen Rodríguez, María Águeda Gallardo o María Concepción Loperena también merecieron retratos, conmemorativos o en su vejez, pero no tuvieron un impacto sobre el rol de las mujeres y las narrativas de la historia.

Los rostros de Bolívar

El rostro del héroe debe encarnar el rostro de la nación, el rostro de todos. El retrato debía contagiar al espectador de virtudes cívicas y devoción. Bolívar rápidamente ocupó ese lugar. En el retrato encargado de 1819, Bolívar aparece al lado de la Libertad (sinónimo de la alegoría de América) como su padre y en vía de convertirse en símbolo propio de la emancipación. Durante el siglo XIX son innumerables las representaciones del Libertador que circulan y son consumidas.

Uno de los grandes difusores de la imagen de Bolívar fue José María Espinosa, quien lo retrató del natural por primera vez en 1828. Esta imagen de un Bolívar cansado y de brazos cruzados, se difundió posteriormente en los grabados realizados en Francia a partir de sus dibujos. Un hito importante en ese momento es el emplazamiento de la escultura de Tenerani en la Plaza de Bogotá en 1846. Se convierte Bolívar en testigo —hasta nuestros días— de la lucha de los pueblos.

El héroe de héroes se consolidaría en el centenario de su nacimiento a través de biografías, poemas, himnos y actos conmemorativos en 1883. Hay un amplio reconocimiento del sacrificio de Bolívar, abandonado al momento de su muerte. El artista Alberto Urdaneta será una figura clave para la difusión de la imagen de Bolívar a través de publicaciones como el Papel Periódico Ilustrado.

También se elaboran las galerías de retratos. Unos en pintura colgados en el Museo Nacional de Colombia y otros en álbumes de tarjetas de visita coleccionables —similares a los de “monas”—. En estas galerías ocurrían situaciones bochornosas: los retratos de Bolívar, Santander y Padilla, en el mismo espacio, esconden que Santander exiliado por la conspiración contra Bolívar le da la espalda a Padilla, quien es condenado a muerte por esos sucesos.

En el Centenario de la Independencia (1910), Bolívar se refuerza como una forma de diluir memorias en disputa de caudillos y conflictos. Sin embargo, no había un acuerdo sobre cómo se debía representar, en parte debido a la oposición frente a la imagen militar del monumento del escultor Frémiet (hoy en Los Héroes). Más tarde, en 1926, el tríptico Batalla de Boyacá, de Andrés de Santa María, sería objeto de otro debate. Para algunos críticos, la imagen de Bolívar triste, trágico y cansado iba en contravía de lo que había que mostrar.

Estas representaciones del héroe sufriente sólo tuvieron acogida en la segunda mitad del siglo XX y tenían como fin señalar sus derrotas o proyectos políticos adversos. En 1972, 150 años después de la Batalla de Bomboná, clave para liberar el sur del país, se abría una herida. Se debatió el triunfo patriota y fue difundida una versión según la cual Bolívar lloró, imagen que contradecía la oficial que circuló en estampillas de la época.

Esta humanización del héroe, si bien tiene antecedentes y tendrá un desarrollo posterior en la literatura, se desarrolló a partir de las representaciones radiales. Allí seguían siendo personajes excepcionales, pero se hacía énfasis en las emociones y las vidas sentimentales. La radionovela Fanny de Villars, el romance parisiense del Libertador (Radio Nacional de Colombia, 1952) combinaba el melodrama con la experiencia de Bolívar en Francia durante la coronación de Napoleón.

La televisión aprovechó ese inventario de imágenes acumuladas para elaborar su propia versión. Carlos José Reyes, libretista de Bolívar el hombre de las dificultades (1980-1981), de la serie “Revivamos nuestra historia”, se basó en documentación que lo exaltaba y criticaba, así como correspondencia para crear el lenguaje del personaje y un perfil más humano. La serie abarcó toda la vida de Bolívar, permitiendo ver su evolución, contradicciones y contexto. La narrativa sigue los patrones biográficos, permite el desarrollo de otros personajes y la relación del protagonista con hombres y mujeres, como su nana Hipólita.

El cine reciente, como Bolívar soy yo (2002), toma distancia de la épica y la didáctica del sacrificio y en tono burlesco muestra la historia contemporánea del país a través de un actor que se identifica con Bolívar a tal punto que se cree él mismo. Hace una alusión al uso ideológico, comercial y político del que sufre el Libertador.

Finalmente Bolívar llega a Facebook. Las nuevas tecnologías no han reformulado el espíritu de idealización pero constituyen plataformas para que los blogueros y twitt6eros comiencen sus propios diálogos con la historia. A partir de preguntas y respuestas, la historia de los héroes adquiere otro “perfil”. A pesar de que se corre el riesgo de descontextualizar o simplificar la historia, no nos podemos resistir a la imagen de Bolívar contestando los mensajes de sus fans desde su Blackberry en algún rincón de América...

* El texto se basa en las investigaciones realizadas para la exposición ‘Las historias de un grito. Doscientos años de ser colombianos’, abierta en el Museo Nacional hasta el 10 de octubre. Los autores son Juan Ricardo Rey-Márquez, Yobenj Chicangana, Amada Pérez, Carolina Vanegas, Maite Yie, Olga Acosta, Antonio Ochoa y Cristina Lleras.

La ciudad de los colombianos

Especial Bicentenario
El Espectador (Colombia)


Apareció la segunda llave que abre la urna centenaria. Entrevista con Yuri Chillán, secretario general de la Alcaldía.

¿Cómo van los últimos preparativos para celebrar el Bicentenario?

Bien. Nosotros no queríamos hacer una serie de festejos desarticulados. Por eso la primera decisión que se tomó fue la conformación de una comisión del Bicentenario en la que participan varios intelectuales. En estos dos años construimos la propuesta, que tiene tres ejes. El primero, que nos diera la posibilidad de hacer una reflexión profunda sobre la ciudad que teníamos, que tenemos y la que vamos a dejar hacia el futuro. El segundo elemento es el componente artístico, porque el mejor vehículo para llevar las ideas a la gente es el arte. El tercero es lo que tiene que ver con lo social. Hacer una celebración del Bicentenario no tiene sentido si no está la gente. Todo esto tiene un altísimo componente de participación ciudadana, cosa que nos enorgullece mucho.

De todas las actividades de conmemoración, ¿cuáles le llaman más la atención?

Me causa mucha satisfacción que podamos abrir la urna centenaria respetando las instrucciones originales dejadas por el Concejo de 1911. Ya habíamos encontrado una de las llaves que la abría y justamente me acaban de informar que la segunda llave ha sido hallada. La apertura se va a hacer cumpliendo los designios de los concejales, con la presencia del Presidente de la República, el Alcalde, el cardenal y el presidente del Concejo. Se va a hacer en el Archivo de Bogotá a las 7:00 a.m. En el momento de la apertura va a haber químicos y especialistas en preservación de documentos, pues como llevan 100 años sin recibir aire ni luz, debemos tener un especial cuidado con ellos.

¿Cómo va a ser la celebración en la Plaza de Bolívar?

Es una actividad en la que vamos a integrar diferentes artes con mapping, que es la proyección que se hace sobre fachadas de edificios públicos. En el evento vamos a utilizar los cuatro costados de la Plaza de Bolívar para hacer nuestras proyecciones. Todo va a durar 52 minutos. Creemos que es una manera especial de hacer un festejo nacional e incluyente desde el sitio en donde comenzó todo el movimiento de la Independencia.

¿Qué hay de las obras que se realizan con motivo del Bicentenario?

Me gustan varias. Una es el edificio de la Alcaldía, que se construye con un esfuerzo enorme que hicimos pare encontrar los recursos, y que sirve no sólo para modernizar la administración pública, sino para darle un nuevo aire a una parte muy importante de La Candelaria. La segunda que me gusta mucho es el Parque del Bicentenario, que es la continuación del de la Independencia: una plataforma que va encima de la calle 26, entre las carreras quinta y séptima. Ya contamos con los diseños definitivos aprobados y esperamos tenerlo concluido el próximo año. También está el Centro de Memoria y Reconciliación, en el Parque Tercer Milenio, un edificio construido alrededor del trabajo que hacemos de reconocer el dolor y el hecho de que somos una sociedad que no ha sabido negociar sus diferencias.

¿Cuánto invirtió la ciudad en el Bicentenario?

El edificio de la Alcaldía vale $39 mil millones, el Parque cuesta alrededor de $30 mil millones, el Centro de Memoria y Reconciliación tiene un valor de $13 mil millones, los festejos y las diferentes actividades están alrededor de $6 mil millones y hay más cosas, como todo el tema de reforzamiento de las casas gemelas, en las que se invirtieron $3 mil millones. Es un gasto fuerte. Sólo en la fiesta del martes en la noche invertiremos cerca de $3 mil millones. Ahora, cuando la gente critica este tipo de cosas yo les digo, “Hombre, eso es como cuando usted hace la fiesta de su cumpleaños, sólo que es el cumpleaños de la tierra que le permitió nacer, la que le dio una nacionalidad, una lengua, una religión, todo el conjunto de cosas que lo han hecho un ser humano”. A mí me parece que este Bicentenario es importante porque nos da la posibilidad real de renovar los vínculos con una tierra, con un país, de soñar la posibilidad de ser distintos y, sobre todo, de construir un tejido social.

La confesión de las imágenes

Especial Bicentenario
El Espectador (Colombia)


En el Museo Nacional

Por: Angélica Gallón Salazar

La exposición ‘Las historias de un grito’ evidencia a través de 200 piezas las formas como se han retratado los héroes y los acontecimientos que marcaron la Independencia.

Los grandes mamotretos donde se ha escrito la historia no son el lugar reservado para contarla. Una pintura, una estampita, una medalla, una moneda, las ilustraciones de los libros de la escuela, una telenovela, pueden ser lugares en donde se cuenta de forma vívida el pasado, pueden ser testigos valiosos de esos discursos imperantes que determinaron un momento en el tiempo. Cristina Lleras, la curadora de la exposición ‘Las historias de un grito. 200 años de ser colombianos’, quiso con estos principios bajo el brazo articular una exposición que recoge 130 imágenes, 14 videos y 10 audios de fragmentos de radio, cine y televisión para la conmemoración del Bicentenario en el Museo Nacional.

“Necesitábamos ver qué había pasado en materia de imágenes sobre la Independencia y cómo se habían divulgado. Queríamos pensar para qué y cómo se había conformado ese corpus inmenso de imágenes sobre la Independencia e interrogar las imágenes con preguntas como ¿cómo se crearon los primeros símbolos del país?, ¿los héroes nacen o se hacen?, ¿cuál fue el papel que se le asignó al pueblo en las historias que se contaron de la Independencia?”, explica Lleras.

Fue así como en la primera sala del museo ubicaron las imágenes que versaban sobre acontecimientos, personajes o conmemoraciones que tuvieron lugar entre 1794 y 1830. Es un período en el que los visitantes podrán ver cómo los actores políticos estaban creando los símbolos de la nación colombiana, es el momento en el que se empieza a ver la imagen de la mujer indígena como la alegoría de América, como imagen de la libertad. “ Los procesos políticos necesitan procesos simbólicos, la creación de imágenes tenía una función política, no hay sino que recordar cómo en 1812 la portada de la Constitución de Cartagena tiene una indígena que rompe sus cadenas, esas imágenes también eran parte del proyecto nacional”, añade la curadora.

En la segunda sala, lo que quisieron Cristina Lleras y el grupo de historiadores que trabajaron en el proyecto fue visibilizar cómo la historia de América Latina ha sido elaborada a partir de las biografías de los héroes y cómo eso ha tenido su desarrollo muy particular en las imágenes. “Los héroes sirven para ciertas cosas en los proyectos de nación. Hay un discurso pedagógico de valoración de los sacrificios de estos personajes: si Ricaurte se inmoló en San Mateo, usted como ciudadano tiene que sacrificarse igualmente por la patria. Esa reverencia frente al pasado nos va a marcar muchísimo y se va a ver sistemáticamente en lo que se representa y cómo se representa en las imágenes”.

Finalmente, la tercera sala es el lugar donde se despliegan las imágenes en donde se narra la participación popular en estos movimientos independentistas, que generalmente es contada como algo caótico. Sin embargo, nuevos estudios historiográficos muestran por ejemplo cómo en el caso de Cartagena la participación de mulatos y artesanos fue crucial. Sin embargo, las imágenes callan al respecto y esa ausencia de imágenes que representen al pueblo también dice cosas.

La decisión de no seguir un orden cronológico, sino de poner en las distintas salas pinturas del XIX que comparten temas con videos u obras contemporáneas, resulta una manera efectiva de evidenciar esos discursos que se ocultan en la forma en que se pinta un prócer o se retrata a un soldado, pero además permite que el espectador pueda articular preguntas al evidenciar contrastes o al notar, como seguramente lo hará, que una versión de la historia ha prevalecido.

Bicentenario de la Independencia

Especial Bicentenario
El Espectador (Colombia)


¿Qué significa ser colombiano?
Por Lilian Contreras Fajardo

Este viernes se estrena ‘Ruta de encuentros', documental de History Channel que analiza causas y consecuencias del Bicentenario de la Independencia.

Este viernes a las 10 de la noche History Channel estrena ‘Bicentenario Ruta de Encuentros', documental que se enfoca en el análisis de lo que significa la Independencia de Colombia; dejando a un lado la tradicional dramatización de lo que sucedió en aquella época.

El programa se grabó durante siete días en Cartagena en el marco del congreso ‘Encuentro Internacional con Nuestra Historia', en el que participaron el presidente Álvaro Uribe, 25 historiadores y líderes de opinión; quienes debatieron en octubre de 2009 lo que ha significado estos 200 años de Independencia en el campo académico, económico, social, político y cultural.

Para el director Mauricio Acosta el haber contado con la participación de los historiadores, líderes y el mismo Presidente Uribe es la principal diferencia que tiene esta producción con las que han realizado otros canales. "Lo que hicimos fue decirle a los intelectuales que analizaran ciertas palabras como independencia, libertad y colombiano, y las expresaran en una forma fácil de entender".

Lorenzo Acosta, joven historiador bogotano, es el encargado de presentar el programa y articular con lenguaje común un tema tan denso como el Bicentenario. Él recorre con los entrevistados varios puntos de ‘La Heroica' y lugares aledaños a ésta; como el pueblo San Basilio de Palenque, en donde recuerdan la historia de Benkos Biohó, un rey africano que se escapó siendo esclavo y lideró el movimiento revolucionario más importante a comienzos del siglo XVII en el Nuevo Reino de Granada.

Con esta historia como protagonista, ‘Bicentenario Ruta de Encuentros' habla sobre aquellos líderes olvidados por las guías de escuela que enseñan la Independencia de Colombia, sobre todo la comunidad afrocolombiana, que para muchos historiadores fueron los primeros en rebelarse contra los españoles.

Curiosamente, Mauricio Acosta comenta que los afrocolombianos residentes en el departamento de Bolívar fueron los más interesados en participar en este documental aportando sus opiniones sobre lo que representa ser colombiano y lo que significa tener la libertad que les permite comer lo mismo y al mismo tiempo que una persona blanca.

Paradójicamente, Acosta y su equipo de producción no encontraron reflexiones válidas sobre estos temas en las personas que pertenecen a los estratos altos de Cartagena. Además, no quisieron participar en el documental.

‘Bicentenario Ruta de Encuentros' ofrece en 47 minutos una mirada al pasado para que los colombianos conozcan sus raíces, entiendan mejor el presente y puedan proyectarse al futuro.

La producción hace parte del espacio ‘Espíritu Bicentenario' con el cual History Channel celebra los Bicentenarios de América Latina. El primer programa que estrenaron fue ‘Unidos por la Historia', el cual cuenta la historia global de América Latina desde las culturas aborígenes hasta la actualidad.

El segundo programa es ‘Historia Secreta, Edición Bicentenario', que será estrenado el próximo 16 de julio a las 9 de la noche. Presentado por Humberto Dorado pone al descubierto hechos nunca antes imaginados que acercan a los colombianos a sus raíces y a los valores que los condujeron a su libertad.

‘Espíritu Bicentenario' estrenará ese mismo día a las 10 de la noche con la emisión de ‘Bicentenario Ruta de Encuentros'.