Investigamos y promovemos el acercamiento entre las culturas catalana y americanas, dándolas a conocer al público en general.

España y América a fondo

Especial Bicentenario
Ensayo
FIETTA JARQUE 27/11/2010
El Pais


ENSAYO. Si para algo puede servir la conmemoración de los bicentenarios de las independencias latinoamericanas, debería ser, al menos, para profundizar un poco más en el conocimiento y el análisis de lo que sucedió entonces y la evolución de los acontecimientos hasta ahora. Y hacerlo desde las perspectivas actuales de la historiografía. La colección América Latina en la Historia Contemporánea (Fundación Mapfre/Taurus) ha emprendido ese proyecto de manera seria y ambiciosa a través de la publicación de casi un centenar de libros encargados a más de 400 especialistas de 25 países, que irán apareciendo a lo largo de cuatro años. De momento se han editado tres libros. Dos de ellos se encuadran dentro de la serie Crisis imperial e independencia, y están dedicados a España (dirigido por Jordi Canal y coordinado por Manuel Chust) y Argentina (dirigido por Jorge Gelman). La invasión de las tropas napoleónicas a la península Ibérica y las primeras rupturas contra el modelo colonial en los territorios de ultramar son el punto de inicio de estos tomos. Uno de los criterios adoptados para esta colección es mantener ciertas estructuras comunes, como una cronología y esquemas que permitan comparar los diferentes procesos históricos. También se procura que el lenguaje utilizado no sea demasiado académico o especializado sino que sea accesible al lector culto. A lo largo de la elaboración de estos libros se ha realizado un trabajo de recopilación de documentos gráficos que han dado como resultado una colección complementaria con libros ilustrados que se estrena con el titulado Chile a través de la fotografía 1847-2010. Con ello se pretende crear también un banco de imágenes de la historia de cada país.

España. Crisis imperial e independencia. Jordi Canal. 372 páginas. 17,50 euros. Argentina. Crisis imperial e independencia. Jorge Gelman. 330 páginas. 17,50 euros. Chile a través de la fotografía 1847-2010. Fundación Mapfre/Taurus. 367 páginas. 29 euros.

El relato catalán

El País
JORDI SOLER 31/10/2010



Hay políticos catalanes que solo saben mirarse el ombligo. Pasan por alto que Cataluña ha cambiado de modo vertiginoso, que lleva años abierta al mundo, que ha absorbido de forma irreversible a gente de otros países Qué es ser catalán? Hace unos meses, una pregunta como esta -¿qué es ser francés?- metió al Gobierno de Nicolás Sarkozy en un berenjenal. A la hora de definir el genio de los pueblos cada persona tiene su idea, cada uno, según su cultura y su experiencia, reduce ese genio a tres o cuatro tópicos, y al final resulta que ser catalán, o francés o mexicano es, como diría Borges, un acto de fe.

Yo esta pregunta la respondería desde mi punto de vista: soy hijo de una familia barcelonesa que emigró a Veracruz, México, donde ser catalán consistía en sumar un ramillete de variables tales como llamarme Jordi, oír a Joan Manuel Serrat, seguir los resultados del Barça en el periódico, cantar el Sol solet y el Cargol treu banya, comer butifarras, beber un horrible vino importado del Penedès y hablar catalán, una lengua que, en aquella selva mexicana donde nací, nos dotaba de un lustre exótico.

Ser catalán en Veracruz era precisamente eso: ser un niño exótico que estaba obligado a explicar, con una frecuencia desesperante, la rara filiación de su exotismo.

Como mi familia había sido expulsada de España al perder la Guerra Civil, y no podía regresar hasta que muriera el dictador que los había echado, toda la Cataluña que teníamos era ese ramillete de variables, éramos de un país que en aquella selva tenía mucho de imaginario y, como todo esto a mí me sucedía en los años setenta, mucho antes de las Olimpiadas de Barcelona y de los rotundos éxitos del Barça que han puesto a Cataluña en el mapa mundial, había que explicar todo el tiempo qué demonios era eso de ser catalán.

Pasé mi infancia y mi juventud explicando que los catalanes veníamos de España, y no de Croacia ni de Bielorrusia, y aclarando que eso que hablábamos era una lengua, y no la manifestación de una patología del habla, y que Jordi era el equivalente catalán de Jorge, y no un diminutivo, ni un apodo ni tampoco, como más de alguno aseguraba, un nombre de chica o de travesti.

Jordi es un nombre que en México se pronuncia con J de Jorge cuando se lee, o que empieza con LL o con Y cuando otro que no se llame Jordi lo escribe. También la otra punta del nombre tiene sus complicaciones: puede ser Jordie o Jordy. De las cartas que voy recibiendo, de personas, bancos e instituciones mexicanas, puede hacerse una nutrida lista: me han puesto Chordi, Yoryi, Yoyis o Yuris, también el shakespiriano Yorick o el Llorbi más labial; un caudal de malformaciones que se reconcentró cuando fui diplomático en Dublín y viré hacia el Georgi o el Geordie, cuya sombra wildeana la verdad no me molestaba. Aquel ramillete de variables, con énfasis en mi raro nombre, constituyó mis señas de identidad.

Como no se podía regresar al país de donde venía la familia, llevábamos a cuestas nuestra Cataluña portátil que, eventualmente, se encontraba con la de otras familias catalanas que compartían con nosotros el mismo país imaginario, el mismo relato, un relato que, curiosamente, no difiere mucho de lo que encontré, años más tarde, cuando llegué a vivir a Barcelona, a esa Cataluña que no quiero llamar "real", o "de verdad", porque me parece que, en el fondo, una es tan real, y tan imaginaria, como la otra.

El catalán nacido en Cataluña tiene como referente un ramillete de variables similar al mío, un relato parecido, la diferencia, si se quiere mirar así, sería el metro cuadrado donde ha nacido cada uno, porque al final, ¿qué es un país? Una lengua, una docena de afectos, tres o cuatro paisajes, unos cuantos sabores y olores, y no mucho más. Entre la Cataluña imaginaria donde nací, y la que es ahora mi casa, se arrastra la Cataluña política, ese corpus grandilocuente que parece cada vez más divorciado de eso que se denomina el pueblo catalán y cuyo relato, por la desmesura con que lo amplifican los medios de comunicación, termina siendo la historia oficial de Cataluña, cuando no es más que su relato político, es decir: el relato de unos cuantos que llevan agua a su molino.

Ahora que se aproximan las elecciones vuelven a dejarme perplejo, a mí que soy un catalán de ultramar, las ideas, los conceptos, los discursos de los políticos donde campan el juego de poder con Madrid, el mangoneo de la lengua, la relación con los inmigrantes, las componendas del Estatut, todo pasado por diversos grados de nacionalismo y de independentismo; un estruendoso guirigay del que acaban beneficiándose todos (los políticos, no los ciudadanos).

Si el relato político catalán tuviera la dimensión de una novela (aunque en realidad parezca más un sainete o un esperpento), la independencia de Cataluña sería el gran plot point, el suspense giraría en torno a la pregunta, ¿se logrará la independencia? Un mínimo de observación, de lectura de periódicos y de ir escuchando las declaraciones de los líderes políticos en la radio y la televisión, nos llevaría a concluir (de manera literaria, desde luego) que la independencia no llegará nunca, por dos razones, una económica y otra sociológica.

El independentismo es una industria; hay quien puja por la independencia, hay quien coquetea con ella y hay quien está en contra; es una industria de la que, y contra la que, vive mucha gente; genera empleos y subvenciones, y llena de significado muchas vidas. Es una industria sólida cuya existencia depende, paradójicamente, de no alcanzar su objetivo porque ¿qué pasaría con toda esta industria si se lograra la independencia?

Por otra parte, siguiendo con el análisis de esta novela hipotética, tenemos el sedentarismo, ese rasgo distintivo que hace del catalán una persona profundamente arraigada al metro cuadrado donde ha nacido, que vive siempre en el mismo barrio, en la misma casa, frecuenta los mismos amigos, vacaciona siempre en el mismo sitio, es decir, se mueve poco y una independencia es, para empezar, una mudanza mayor.

Los líderes políticos catalanes, por estarse mirando el ombligo, y defendiéndolo del ataque (real, o no) del extranjero, pasan por alto que Cataluña ha cambiado vertiginosamente, que lleva años abierta al mundo, que ha sido ya colonizada, de manera definitiva e irreversible, por nuevos habitantes que vienen de otros países y que, más pronto que tarde, el alcalde de Barcelona y el presidente de la Generalitat serán, por poner un ejemplo, hijos de ecuatorianos.

Entonces habrá que replantearse, necesariamente, el orden y la intensidad de las esencias de la patria; tendrá que reflexionarse sobre el significado que conceptos como nacionalismo, independentismo, soberanismo, catalanismo, tendrán en el nuevo mapa de Cataluña; un mapa que, por cierto, ya está aquí, que ya es una realidad. Incluso hay formaciones políticas con programas destinados a machacar al inmigrante, lo cual es de una torpeza no solo política, también ontológica y, más que nada, estadística.

A la luz de todo esto tendríamos que preguntarnos nuevamente: ¿qué es ser catalán? De momento no parece que a los partidos políticos les agobie demasiado el tema, se les ve más preocupados por hacerse con el poder, a toda costa, o por conservarlo, que por proyectar un Gobierno que procure el bien de la ciudadanía.

El 28 de noviembre terminaremos votando, como en su momento sucederá en toda España, no por la opción política que nos convenza y entusiasme, sino por la menos gravosa. Aquella Cataluña imaginaria donde nací, agarrado a mi ramillete de variables como a un clavo ardiente, era, al final, más real que esa que nos dibujan todos los días los líderes políticos. La mía estaba asentada en Veracruz. La de ellos en la Luna.

Jordi Soler es escritor. Su último libro es La fiesta del oso (Mondadori).

Un 'Indiana Jones' catalán persigue a las mariposas de Nabokov

El País
JOSEBA ELOLA 07/11/2010

El autor de 'Lolita' fue un renombrado taxónomo y estableció la primera clasificación de mariposas azules del Nuevo Mundo. El científico Roger Vila ha recogido el testigo del entomólogo-escritor. Recorrió Sudamérica tras los lepidópteros azules para desarrollar las tesis de Nabokov

El viento soplaba fuerte aquella mañana en el paso del Agua Negra. Hasta este formidable enclave montañoso de la frontera argentino-chilena se había desplazado Roger Vila en busca de una mariposa azul: la Pseudolucia penai. Hay veces que para conseguir especies como esta hay que subir a más de 4.500 metros de altura. Llegar hasta ellas cuesta, pero Vila es un científico con sombrero de Indiana Jones.

Surcando aquel límpido y majestuoso paisaje de hielo, apareció en su camino un ramillete de plantas que a duras penas intentaban asomar entre la nieve. En una de sus hojas, dos mariposas azules copulaban con las alas vencidas por el fuerte viento, agarrándose como podían a la planta. "Estaban haciendo el amor", describe Vila, bioquímico que hizo su doctorado en Harvard, cómodamente sentado en una butaca de aires victorianos. Las mariposas azules son algo más que un lepidóptero para este catalán de 37 años. Son la pasión de su vida. El objeto de su gran investigación. Siete años dedicados a ellas. Una pasión inspirada por Vladímir Nabokov, el autor de Lolita, uno de los grandes de la literatura del siglo XX, y reputado entomólogo. "Suya es la primera clasificación que se conoce de las mariposas azules del Nuevo Mundo", afirma Vila.

Seguir los pasos de Nabokov. Intentar demostrar que, efectivamente, como dijo el ruso-norteamericano, las mariposas azules llegaron al Nuevo Mundo atravesando el estrecho de Bering. Utilizar secuencias de ADN para poner a prueba las hipótesis del entomólogo que escribía artículos científicos como un literato, del literato que diseccionaba personajes cual entomólogo.

Han pasado siete años. Queda apenas un mes para que Vila publique los resultados de su estudio en la revista científica Proceedings of the Royal Society. Entonces sabremos si Nabokov estaba en lo cierto o no.

Vila saca el puntero láser de su bolsillo. Es miércoles por la mañana y está dando una charla en el patio de columnas del palacio del Marqués de Salamanca, sede de la Fundación BBVA, en el madrileño paseo de Recoletos. Se celebra la Jornada Biodiversidad en Acción, organizada por la fundación del banco junto al Instituto de Biología Evolutiva (IBE). Vila ya tiene callo en esto de dar charlas. Mano en el bolsillo de su vaquero marrón, del que cuelga la lengua de un gastado cinturón de cuero, explica con media sonrisa ante una audiencia en la que las corbatas conviven con las botas camperas uno de los proyectos que tiene entre manos: Androconia. Con él pretende explicar la química de los afrodisiacos en las mariposas. El primer factor que entra en juego en la atracción entre mariposas es la vista, cuenta. Luego, manda la química. "Como entre los humanos", bromea, y arranca algunas sonrisas en el auditorio. Dentro de poco, viajará a Colombia a buscar más mariposas.

Explorar, conseguir ejemplares y secuenciar, es decir, extraer la secuencia de ADN. En eso consiste su trabajo. Es decir, necesita el sombrero de Indiana Jones. Pero también su bata blanca.

Vila aterrizó en Harvard en el año 2003. Llegó gracias a su persistencia y a la inestimable ayuda de Naomi Pierce, profesora de la prestigiosa universidad norteamericana. Esta eminencia de la entomología llegó incluso a alojar en su casa a ese joven bioquímico catalán que le mandaba lepidópteros desde Barcelona cada vez que ella precisaba nuevas muestras.

Llegó al lugar adecuado en el momento oportuno. Tres taxónomos -un israelí, un húngaro y un norteamericano- que habían tomado las riendas del legado de Nabokov buscaban entomólogo. Querían comprobar las hipótesis del científico-literato sobre las mariposas azules, las azulitas.

Vila todavía recuerda la emoción que sintió al entrar en las que fueron las dependencias de Nabokov en Harvard. "Allí estaba su mesa de trabajo, congelada en el tiempo", recuerda con brillo en los ojos en el ático de la fundación, poco después de su charla. Nabokov trabajó como conservador de la colección de mariposas del Museo de Zoología de Harvard en los años cuarenta. Allí permanece su legado. De hecho, hay varias especies de azulitas bautizadas en su honor. La Pseudolucia Humbert, homenaje al atormentado profesor que mira a la niña tumbada en el jardín; la Pseudolucia Charlotte, en referencia a la madre de ese pecaminoso objeto de deseo de Humbert; las llamadas Nabokovia.

"Nabokov era un gran taxónomo", afirma Vila, que trabaja como investigador ICREA -Institució Catalana de Recerca i Estudis Avançats- en el IBE. "Fue un pionero en morfometría [clasificar por la forma]. Miraba las estructuras genitálicas de las mariposas y ese es uno de los caracteres clave de la taxonomía -ordenación jerarquizada-. Hubo coña, le preguntaban si eso era el fruto de su obsesión por los genitales, como había escrito Lolita..."

Vila tiene 5.000 mariposas atravesadas por alfileres en su casa. Más de 13.000, las que le permiten secuenciar el ADN, bañadas en etanol, en laboratorios. Aprendió a dibujar mariposas antes que a escribir.

A los nueve años ya era miembro de la Sociedad Catalana de Lepidopterólogos. A los diez pedía a sus padres que le explicaran algunos de esos complejos artículos de las publicaciones científicas. "En eso, Nabokov y yo somos iguales", dice, "yo he visto fotos suyas en Rusia, vestido de marinerito, estudiando mariposas".

Lo que a este obseso de los lepidópteros le propusieron los tres taxónomos de Harvard fue que dedicara tres años de su vida a recorrer Sudamérica en busca de mariposas azules. Conseguir el máximo número de especies posible. No hace falta decir cuál fue su respuesta.

Siete años de trabajo y unos cuantos miles de dólares después -Vila no precisa la cifra-, se puede decir que el fruto de su aventura científica es alentador. No se sabe si ha demostrado o no las tesis de Nabokov. Pero ha conseguido secuenciar el ADN de 78 especies distintas de azulitas. Ahí queda eso.

Toda misión esconde un reto que otorga la dimensión de excelencia al trabajo realizado. En el proyecto de investigación de Vila, el reto poseía un nombre evocador y refulgente: Eldoradina.

Año 2006. La fase de exploración y obtención de ejemplares está llegando a su fin. Habían conseguido 77 muestras de especies de azulitas. Les faltaba una, la Eldoradina. Tres veces habían viajado a Perú a buscarla, tres viajes de vuelta con las manos vacías. Estaban a punto de dar el proceso por concluido -"pues nada, publicaremos sin esta"- cuando aparece la bola extra: "Roger, toma 2.000 dólares, vete dos semanas a Perú e inténtalo una vez más. Solo puedes llevarte a una persona", le dijo el señor Putman, un filántropo millonario.

Rod Eastwood, australiano, uno de los mejores entomólogos del mundo, es el elegido. Recorren 4.000 kilómetros en coche por Perú. Encuentran todo género de mariposas. Todas, menos la Eldoradina. "Fue muy duro", recuerda Vila. "Correr a 4.000 y pico metros es muy duro. Al principio te mareas, te quedas exhausto". Cazar mariposas no es sencillo. Hay que tener ese giro de muñeca sutil. Correr. Saltar. "Allí, si corres mucho, te entra el mal de altura".

Se esfuman las dos semanas. Último día. Eastwood y Vila suben a dormir a lo alto de un pueblo minero. A la desesperada. Llegan a los 4.500 metros de altura. Ni una sola Eldoradina.

Cabizbajos bajan camino de Lima. Desde el coche ven un abrevadero de mariposas al borde de la pista forestal. Se bajan a explorar, esperando el milagro. No hay ninguna, pero deciden seguir el rastro del riachuelo, cada uno en una dirección.

Vila camina. Posada sobre un charco, una azulita. Una Eldoradina. Se acerca lentamente, cazamariposas en mano. Con el sombrero de Indiana Jones bien calado. Siente mariposas en el estómago: "Si fallas y se escapa", piensa, "vuelves a Harvard como un perdedor". ¡Vlam! Atrapada.

Atrás quedan las serpientes que se cruzaron en su camino, los frondosos bosques de bambú brasileños que tuvo que atravesar cortándose las manos, los días en que sobreestimó sus capacidades de Indiana Jones e hizo pasar un mal momento a sus compañeros de expedición por enfrentarse solo a la montaña.

"Vi las mariposas que Nabokov no pudo ver en Sudamérica", concluye Roger Vila. "Y he conocido las respuestas a cosas que él intuía".

En septiembre de 2011, si nadie lo remedia, Roger Vila será un parado más. Se le acaba el contrato de investigación.


Ruta de altares en Barcelona


¿Qué es la Ruta de Altares?

Por cuarto año consecutivo se celebra en Barcelona la Ruta de Altares, una iniciativa cultural en la que colaboran diversas entidades para divulgar la tradición mexicana de origen precolombino del Día de Muertos. Algunos de los participantes tienen muchos más años montando su ofrenda, sin embargo, fue hasta el 2007 cuando se comenzó a hacer el circuito de la Ruta de Altares con el apoyo del Consulado de México en Barcelona.

El Día de Muertos es una de las festividades más arraigadas y tradicionales de México, unos días en los que los vivos y los muertos comparten añoranzas, recuerdos, anhelos, aspiraciones e ideales, comidas, bebidas, flores. Una reunión en la que se toca la mortalidad de los vivos con la inmortalidad de los muertos.

Los festejos del Día de Muertos en México comienzan el 31 de octubre, cuando se pone una ofrenda en cada casa y llegan las ánimas de los niños –muertos chiquitos–. A la mañana siguiente, el 1 de noviembre, llegan las ánimas de los adultos, y el 2 de noviembre, después de la convivencia de vivos y muertos, se anuncia con 12 campanadas que los difuntos se van.

Para información más detallada sobre esta tradición, visita el apartado “Día de Muertos en México“.

Para ver las anteriores Rutas de Altares en Barcelona visita el apartado de “Ediciones Anteriores de la Ruta

Si quieres conocer más sobre la imagen que usamos para este año, consulta el apartado “Ilustración Ruta 2010











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