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Bicentenarios y crisis global


FELIPE GONZÁLEZ 28/11/2009
Especial Bicentenario
Babelia El País

Hoy, en medio de la crisis global, deberíamos reflexionar más sobre sus riesgos y oportunidades que sobre el pasado al que induce la conmemoración de los bicentenarios. Es cierto que nos une el pasado, con sus rasgos culturales comunes y diversos a la vez, pero también nos une el presente y, si lo hacemos bien, nos debería unir el futuro. Por eso, prefiero hablar de este cambio civilizatorio que empezó a cuajarse hace 20 años, con la caída del muro de Berlín y la aceleración de la revolución tecnológica, y ha hecho crisis en 2008- 2009; de su impacto en el área iberoamericana y de los retos que deberíamos enfrentar.

Ante el carácter global de la crisis podemos observar distintos estados de ánimo frente el futuro. Países como China o la India perciben ese futuro como algo que les pertenece. No pierden tiempo o esfuerzo recreando el pasado, aunque no lo olviden. Se centran en el presente y el futuro que se les ofrece y están decididos a ganar. Todo el mundo los ve como ganadores.

En Europa se nota desasosiego y una cierta impotencia. El sentimiento de que el pasado fue mejor, pero que no volverá a ser lo que fue, llena el futuro de incertidumbre. Somos más viejos, menos productivos y tenemos dificultades para cambiar el modelo exitoso que ya no está vigente. La UE, más necesaria que nunca, pierde relevancia para sus ciudadanos y para el resto del mundo. En Estados Unidos, que ha estado a la cabeza del cambio tecnológico, que ha creído en el unilateralismo como única potencia resultante de la desaparición de la bipolaridad, que está en el origen de esta crisis financiera y económica, se percibe el momento como de emergencia nacional y mundial. Están en un proceso de revisión de casi todo: desde el unilateralismo a la posición frente al cambio climático, pasando por el sistema financiero o los fallos de la cohesión social que no cubre la asistencia sanitaria a 47 millones de ciudadanos.

En el sur de esa gran potencia, Iberoamérica afronta la situación con rasgos comunes y también con diferencias notables. Salvo Brasil, que parece haber conseguido enfrentar su futuro como una línea clara e inmediata de continuidad con el presente, que se ocupa más de esta tarea que de discutir sobre responsabilidades pasadas o del pasado, en los demás países, la dinámica no es semejante. Sin embargo, Iberoamérica en su conjunto ha sufrido menos la crisis financiera, tal vez porque son expertos en ellas y han corregido errores, y se ha notado menos el impacto en la economía real y el empleo. Es cierto que los años de bonanza se han acabado abruptamente y que algunos países como México, muy ligados económicamente a Estados Unidos, han sufrido un fuerte proceso recesivo. Para Iberoamérica la crisis es también una oportunidad que no puede escaparse de sus manos. Si han soportado relativamente mejor la crisis mundial más grave en 80 años, si sus potencialidades están intactas, nada impide que se haga lo necesario para incorporarse a la sociedad del conocimiento y a la economía global con éxito. Esto exige que se aclare un horizonte estratégico con objetivos prioritarios —muchos comunes— para los próximos 10 o 20 años. Veamos algunos y consideremos las áreas de cooperación eficiente que tenemos en ese espacio político, económico y cultural que compartimos. La prioridad número uno es a la vez instrumental y finalista: reformar y modernizar el Estado para hacerlo más eficiente, más transparente y más previsible al servicio de los ciudadanos, inversores y trabajadores, consumidores o investigadores. El viejo debate sobre más o menos Estado renace con esta crisis, y me temo que se formula mal. El Estado fuerte y ágil es imprescindible, sin grasa y sin clientelismo; su poder es regulatorio y, como en el consejo de Don Quijote a Sancho, las normas deben ser pocas y que se cumplan. Un Estado Ipanema, hemos dicho en algunos encuentros: sin grasa pero no débil. Las reformas del Estado están pendientes. Se debe mejorar el capital humano. La sociedad del presente y del futuro es la del conocimiento. Sin esa variable estratégica que depende de la formación, de la educación, de la capacidad de investigar, desarrollar e innovar, los éxitos no vendrán y el desarrollo se verá lastrado.

América Latina tiene un bono demográfico que es vital para su futuro…, si se aprovecha. Ha de superarse el retraso en el capital físico de la región. Sin más y mejores carreteras, hidrovías, oleoductos, gaseoductos, puertos, aeropuertos, etcétera, no es posible acercarse a un crecimiento potencial y sostenido semejante al asiático. La falta de viviendas es un signo de retraso y su construcción, un motor de empleo y dignificación de las grandes mayorías. Dentro de esta prioridad deberíamos destacar el desafío energético y ligarlo al cambio climático. En la región hay energía para todos, pero los que la producen la venden fuera y los que no la producen la compran fuera de la región. Hay un potencial incalculable, ¡e integrador!, de energías fósiles y renovables a las que falta inversión y planificación para alcanzar todo su desarrollo. Hay que avanzar de manera práctica en la integración. No faltan discursos, faltan acciones integradoras y sobran gestos de hostilidad y enfrentamiento que nos están llevando —de nuevo— a una carrera armamentista sin sentido. La integración comercial, económica y, sólo después, política, es imprescindible para todos.

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