JOSEBA ELOLA 07/11/2010
El autor de 'Lolita' fue un renombrado taxónomo y estableció la primera clasificación de mariposas azules del Nuevo Mundo. El científico Roger Vila ha recogido el testigo del entomólogo-escritor. Recorrió Sudamérica tras los lepidópteros azules para desarrollar las tesis de Nabokov
El viento soplaba fuerte aquella mañana en el paso del Agua Negra. Hasta este formidable enclave montañoso de la frontera argentino-chilena se había desplazado Roger Vila en busca de una mariposa azul: la Pseudolucia penai. Hay veces que para conseguir especies como esta hay que subir a más de 4.500 metros de altura. Llegar hasta ellas cuesta, pero Vila es un científico con sombrero de Indiana Jones.Surcando aquel límpido y majestuoso paisaje de hielo, apareció en su camino un ramillete de plantas que a duras penas intentaban asomar entre la nieve. En una de sus hojas, dos mariposas azules copulaban con las alas vencidas por el fuerte viento, agarrándose como podían a la planta. "Estaban haciendo el amor", describe Vila, bioquímico que hizo su doctorado en Harvard, cómodamente sentado en una butaca de aires victorianos. Las mariposas azules son algo más que un lepidóptero para este catalán de 37 años. Son la pasión de su vida. El objeto de su gran investigación. Siete años dedicados a ellas. Una pasión inspirada por Vladímir Nabokov, el autor de Lolita, uno de los grandes de la literatura del siglo XX, y reputado entomólogo. "Suya es la primera clasificación que se conoce de las mariposas azules del Nuevo Mundo", afirma Vila.
Seguir los pasos de Nabokov. Intentar demostrar que, efectivamente, como dijo el ruso-norteamericano, las mariposas azules llegaron al Nuevo Mundo atravesando el estrecho de Bering. Utilizar secuencias de ADN para poner a prueba las hipótesis del entomólogo que escribía artículos científicos como un literato, del literato que diseccionaba personajes cual entomólogo.
Han pasado siete años. Queda apenas un mes para que Vila publique los resultados de su estudio en la revista científica Proceedings of the Royal Society. Entonces sabremos si Nabokov estaba en lo cierto o no.
Vila saca el puntero láser de su bolsillo. Es miércoles por la mañana y está dando una charla en el patio de columnas del palacio del Marqués de Salamanca, sede de la Fundación BBVA, en el madrileño paseo de Recoletos. Se celebra la Jornada Biodiversidad en Acción, organizada por la fundación del banco junto al Instituto de Biología Evolutiva (IBE). Vila ya tiene callo en esto de dar charlas. Mano en el bolsillo de su vaquero marrón, del que cuelga la lengua de un gastado cinturón de cuero, explica con media sonrisa ante una audiencia en la que las corbatas conviven con las botas camperas uno de los proyectos que tiene entre manos: Androconia. Con él pretende explicar la química de los afrodisiacos en las mariposas. El primer factor que entra en juego en la atracción entre mariposas es la vista, cuenta. Luego, manda la química. "Como entre los humanos", bromea, y arranca algunas sonrisas en el auditorio. Dentro de poco, viajará a Colombia a buscar más mariposas.
Explorar, conseguir ejemplares y secuenciar, es decir, extraer la secuencia de ADN. En eso consiste su trabajo. Es decir, necesita el sombrero de Indiana Jones. Pero también su bata blanca.
Vila aterrizó en Harvard en el año 2003. Llegó gracias a su persistencia y a la inestimable ayuda de Naomi Pierce, profesora de la prestigiosa universidad norteamericana. Esta eminencia de la entomología llegó incluso a alojar en su casa a ese joven bioquímico catalán que le mandaba lepidópteros desde Barcelona cada vez que ella precisaba nuevas muestras.
Llegó al lugar adecuado en el momento oportuno. Tres taxónomos -un israelí, un húngaro y un norteamericano- que habían tomado las riendas del legado de Nabokov buscaban entomólogo. Querían comprobar las hipótesis del científico-literato sobre las mariposas azules, las azulitas.
Vila todavía recuerda la emoción que sintió al entrar en las que fueron las dependencias de Nabokov en Harvard. "Allí estaba su mesa de trabajo, congelada en el tiempo", recuerda con brillo en los ojos en el ático de la fundación, poco después de su charla. Nabokov trabajó como conservador de la colección de mariposas del Museo de Zoología de Harvard en los años cuarenta. Allí permanece su legado. De hecho, hay varias especies de azulitas bautizadas en su honor. La Pseudolucia Humbert, homenaje al atormentado profesor que mira a la niña tumbada en el jardín; la Pseudolucia Charlotte, en referencia a la madre de ese pecaminoso objeto de deseo de Humbert; las llamadas Nabokovia.
"Nabokov era un gran taxónomo", afirma Vila, que trabaja como investigador ICREA -Institució Catalana de Recerca i Estudis Avançats- en el IBE. "Fue un pionero en morfometría [clasificar por la forma]. Miraba las estructuras genitálicas de las mariposas y ese es uno de los caracteres clave de la taxonomía -ordenación jerarquizada-. Hubo coña, le preguntaban si eso era el fruto de su obsesión por los genitales, como había escrito Lolita..."
Vila tiene 5.000 mariposas atravesadas por alfileres en su casa. Más de 13.000, las que le permiten secuenciar el ADN, bañadas en etanol, en laboratorios. Aprendió a dibujar mariposas antes que a escribir.
A los nueve años ya era miembro de la Sociedad Catalana de Lepidopterólogos. A los diez pedía a sus padres que le explicaran algunos de esos complejos artículos de las publicaciones científicas. "En eso, Nabokov y yo somos iguales", dice, "yo he visto fotos suyas en Rusia, vestido de marinerito, estudiando mariposas".
Lo que a este obseso de los lepidópteros le propusieron los tres taxónomos de Harvard fue que dedicara tres años de su vida a recorrer Sudamérica en busca de mariposas azules. Conseguir el máximo número de especies posible. No hace falta decir cuál fue su respuesta.
Siete años de trabajo y unos cuantos miles de dólares después -Vila no precisa la cifra-, se puede decir que el fruto de su aventura científica es alentador. No se sabe si ha demostrado o no las tesis de Nabokov. Pero ha conseguido secuenciar el ADN de 78 especies distintas de azulitas. Ahí queda eso.
Toda misión esconde un reto que otorga la dimensión de excelencia al trabajo realizado. En el proyecto de investigación de Vila, el reto poseía un nombre evocador y refulgente: Eldoradina.
Año 2006. La fase de exploración y obtención de ejemplares está llegando a su fin. Habían conseguido 77 muestras de especies de azulitas. Les faltaba una, la Eldoradina. Tres veces habían viajado a Perú a buscarla, tres viajes de vuelta con las manos vacías. Estaban a punto de dar el proceso por concluido -"pues nada, publicaremos sin esta"- cuando aparece la bola extra: "Roger, toma 2.000 dólares, vete dos semanas a Perú e inténtalo una vez más. Solo puedes llevarte a una persona", le dijo el señor Putman, un filántropo millonario.
Rod Eastwood, australiano, uno de los mejores entomólogos del mundo, es el elegido. Recorren 4.000 kilómetros en coche por Perú. Encuentran todo género de mariposas. Todas, menos la Eldoradina. "Fue muy duro", recuerda Vila. "Correr a 4.000 y pico metros es muy duro. Al principio te mareas, te quedas exhausto". Cazar mariposas no es sencillo. Hay que tener ese giro de muñeca sutil. Correr. Saltar. "Allí, si corres mucho, te entra el mal de altura".
Se esfuman las dos semanas. Último día. Eastwood y Vila suben a dormir a lo alto de un pueblo minero. A la desesperada. Llegan a los 4.500 metros de altura. Ni una sola Eldoradina.
Cabizbajos bajan camino de Lima. Desde el coche ven un abrevadero de mariposas al borde de la pista forestal. Se bajan a explorar, esperando el milagro. No hay ninguna, pero deciden seguir el rastro del riachuelo, cada uno en una dirección.
Vila camina. Posada sobre un charco, una azulita. Una Eldoradina. Se acerca lentamente, cazamariposas en mano. Con el sombrero de Indiana Jones bien calado. Siente mariposas en el estómago: "Si fallas y se escapa", piensa, "vuelves a Harvard como un perdedor". ¡Vlam! Atrapada.
Atrás quedan las serpientes que se cruzaron en su camino, los frondosos bosques de bambú brasileños que tuvo que atravesar cortándose las manos, los días en que sobreestimó sus capacidades de Indiana Jones e hizo pasar un mal momento a sus compañeros de expedición por enfrentarse solo a la montaña.
"Vi las mariposas que Nabokov no pudo ver en Sudamérica", concluye Roger Vila. "Y he conocido las respuestas a cosas que él intuía".
En septiembre de 2011, si nadie lo remedia, Roger Vila será un parado más. Se le acaba el contrato de investigación.
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