Por William Ospina
Especial Bicentenario
“Para los latinoamericanos de hoy se diría que Bolívar es más un ícono que un pensamiento, más una estampa que una vida y más una figura que un destino. Por eso cuando empezamos a investigar sobre él, descubrir la abundancia de sus biografías resulta una verdadera revelación. Aproximarse al enigma de Bolívar es asomarse al misterio de nuestro continente y, a medida que avanzamos en el descubrimiento del personaje, nuevos ángulos se ofrecen a la visión.
Nuestros primeros diálogos sobre el Libertador empezaron a mostrarnos una serie de parejas míticas: Bolívar y su maestro Simón Rodríguez, la historia de una iniciación en el mundo de la Ilustración y del Romanticismo europeo; Bolívar y Miranda, los distintos caminos que se ofrecían al sueño de la Independencia; Bolívar y Napoleón, el aprendizaje de la estrategia militar, de la aventura política y de los sueños de gloria; Bolívar y sus generales, el esfuerzo por convencer a los propios americanos de la posibilidad real de dar libertad a estos pueblos y de construir naciones en ellos; Bolívar y Humboldt, la revelación de un mensaje de libertad y de modernidad en la naturaleza exuberante de América; Bolívar y Piar, la lucha por definir el contenido posible de nuestras naciones; Bolívar y Santander, la tensión entre las libertades del soñador y las estrecheces del hombre práctico; Bolívar y el conflicto entre el sueño continental y los nacionalismos; Bolívar y Manuela Sáenz, la pasión amorosa como alimento de la pasión libertadora; Bolívar y San Martín, la lucha por la unidad de mando en la guerra continental, como única manera de derrotar al imperio español; Bolívar y Sucre, la ilusión de darle continuidad a un sueño ya amenazado por la por la historia.
Otra de mis conversaciones con Omar Porras giró sobre el general desconocimiento de Bolívar por parte de las nuevas generaciones. Bolívar se ha convertido en una estatua, y yo creo, le dije, que es necesario devolverle su condición de ser viviente.”
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