Por: Andrés Ramírez Mejía/Barcelona
El Espectador
El escritor colombiano lanzó este sábado en la Feria del Libro de Bogotá la novela con la que obtuvo el Premio Alfaguara 2011, titulada 'El ruido de las cosas al caer'.
Es viernes. Son las 3 de la tarde y aunque hace un poco de frío, el sol primaveral empieza a calentar el ambiente de las calles. En la plaza del Macba (Museo de Arte Contemporáneo de Cataluña) hay gente de todo el mundo. Turistas y residentes que cumplen con el sagrado mandamiento de perderse por las calles de Barcelona.
Juan Gabriel Vásquez es uno de ellos, aunque lo deje para más tarde. Por ahora sólo quiere internarse en el interior de la librería Central del barrio El Raval, contigua al museo. En el recinto no es el flamante escritor que ganó el Premio Alfaguara de Novela. No es el autor que ha sido entrevistado por un sinnúmero de periodistas. En la librería es el lector voraz que compra una vez más El gran Gatsby de F. Scott Fitzgerald. “Es uno de mis libros fetiche. Tengo más de cinco ediciones del texto”, confiesa.
La librería es uno de sus lugares preferidos, un sitio por el que se siente hipnotizado y perderse por las calles de Barcelona es uno de sus rituales. Ya son 12 años de vivir en la ciudad condal. Lugar en el que escribió todos sus libros. Hogar de su esposa y sus dos hijas, así que es un hecho, Vásquez transpira la ciudad por sus poros. La Barcelona del escritor bogotano son varias Barcelonas dilatadas en el tiempo. Una especie de matrioska que contiene la Barcelona de la Barcelona de la Barcelona. En el trayecto que separa al Raval de la Rambla, unos cinco minutos caminando, el autor recuerda las razones por los cuales decidió asentarse en la capital de Cataluña. “Elegí la ciudad por dos motivos. Tiene una industria editorial fuerte y al llegar mi principal objetivo era ganarme la vida por medio de los libros”. Así lo hizo, el bogotano trabajó como traductor para diferentes editoriales, como crítico literario para publicaciones culturales y de profesor. La otra razón es de orden romántico. “Siento que la ciudad acoge a los escritores latinoamericanos. García Márquez, Vargas Llosa y José Donoso, entre otros, estuvieron aquí”.
La Rambla es un hervidero: estatuas humanas, paquistaníes vendiendo chucherías, ladrones y turistas, más turistas. Vásquez va del presente al pasado como en un juego literario. La Rambla es sólo un espacio por el que camina. Sin embargo, con sus palabras evoca una Barcelona que dejó de existir, o mejor, que sólo existe en sus recuerdos. “En mi primer año en la ciudad casi no salía. Hubiera podido estar en cualquier parte del mundo. En esta etapa escribí Los amantes de todos los santos, un libro de cuentos que sin ser autobiográfico rememora mi estancia en París y en las Ardenas belgas.
“Los relatos cuentan historias de amores tristes y se desarrollan en ambientes grises e invernales. Recuerdo que una de mis rutinas al escribir era escuchar una y otra vez Eleanor Rigby, una de las canciones más tristes que se han escrito y que asocio con mi estado mental de la época”. Trabajar en la revista literaria Lateral le hizo tener otra percepción de Barcelona. “Dos años después la ciudad cobró sentido. Empecé a entenderla y a relacionarme con ella de una manera directa. La ciudad se me abrió. En la revista conocí a escritores como Mathias Enard y Jorge Carrión, que con el paso del tiempo se han convertido en cómplices literarios. Fueron años que recuerdo con mucho cariño porque estaba escribiendo Los Informantes, novela que sentía, iba a ser importante para mi carrera como escritor”.
Vásquez camina sin prisa y observa el entorno. Se interna por un callejón que va directo a otro de los corazones de Barcelona, el Barrio Gótico. Este es uno de los sectores más antiguos de la ciudad. Una especie de laberinto compuesto por plazas, callejones y joyas arquitectónicas como la iglesia de Santa María del Mar. En este punto del trayecto el escritor rememora otra de sus Barcelonas, la de la etapa de escritura de Historia secreta de Costaguana. “El proceso creativo de la novela está asociado con el nacimiento de mis hijas, de hecho, el libro está dedicado a ellas. Costaguana tiene que ver con un cambio absoluto de prioridades y maneras de organizar mi vida. En esta instancia ya tenía una relación estrecha con la ciudad”.
Su Barcelona de aquella época tiene que ver con su consolidación como narrador, con sentirse conectado con la ciudad de una manera profunda. “La ciudad tiene una cosa muy particular. Con el tiempo uno se termina convirtiendo en un escritor de Barcelona a pesar de la nacionalidad. Es decir que en los círculos culturales te terminan identificando como un escritor de Barcelona, así no escribas de la ciudad. En ese sentido la capital de Cataluña es incluyente. Tradicionalmente Barcelona ha estado abierta a los intercambios culturales. Tal vez por su tradición de izquierda, porque se habla otra lengua y porque en el época de Franco fue la antítesis de una Madrid más cerrada. La vida cultural de Barcelona impulsó cambios muy profundos en la democracia española a partir de la muerte de Franco y en parte la gauche divine fue la responsable”. El recorrido continúa. La parada final es la casa donde, dicen, no se sabe si por una estrategia turística o porque ocurrió en la realidad, vivió Miguel de Cervantes. Lo cierto es que el edificio está ubicado en el número 2 del Passeig Colom. Al llegar al lugar, Juan Gabriel Vásquez se queda observando la placa incrustada en la fachada del edificio donde se lee que el escritor de Don Quijote pasó allí una temporada. La Barcelona actual de Vásquez es una ciudad amable, a la que le debe mucho, según dice. “Barcelona es una ciudad que respeta la intimidad, que no se le mete a uno en la vida, que permite con mucha facilidad que uno proteja el tiempo de escritura y si uno quiere puede vivir absolutamente al margen de todo”. Tal vez esa es la nueva cara de Barcelona con la que el narrador bogotano se va a encontrar. El rostro que le permita escribir su siguiente novela para seguir consolidándose como uno de los escritores más importantes de la nueva generación de narradores colombianos. Vásquez se despide con la amabilidad de la que ha hecho gala mientras caminamos por las calles de Barcelona. No va a hacer otra entrevista, ni a preparar una de sus conferencias. Sus gemelas lo reclaman como padre.
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