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Bicentenario, más vergüenza que orgullo

Especial Bicentenario
Avelina Lesper

El Semanario (México)


Las fiestas son para demostrar, en muchos casos, el poder adquisitivo del organizador. Por eso en una celebración importante se hace abstracción de las posibilidades económicas reales y se gasta sin freno “porque es por una sola ocasión”. En estas celebraciones del Bicentenario estamos presenciando un gasto escandaloso, con la única justificación de que no podíamos dejar pasar la fecha sin celebrar. Apenas unos meses después de que se anunció que venía una época de austeridad llega la fiesta. Este dinero se está dilapidando en campañas publicitarias, en miles de spots, programas de radio, libros que se envían a domicilio, mal escritos y peor editados, como el que Editorial Clio le vendió al gobierno y en el que incluyen a una sola mujer en toda su narración revisionista de los hechos.

Lo que es sorprendente es que este gasto, incluyendo el desfile y la exposición en Palacio Nacional, se va a evaporar. De esto nada va a quedar como acervo. No comisionaron obras a artistas, como se hizo en la celebración que estuvo a cargo del gobierno de Porfirio Díaz. El monumento conmemorativo, que además no va a estar listo para la ocasión y que no tiene fecha segura para ser terminado, es la única obra que va a permanecer, y eso con sus muy cuestionables características. La total discrecionalidad en la que se está empleando un presupuesto del que desconocemos su monto total provoca a cuestionar ¿Qué celebramos en medio de esta crisis? ¿Qué celebramos si de esto nada va a trascender? ¿Tiene sentido gastar de esta forma?

Este descomunal acto de precampaña está despilfarrando dinero que podría haberse usado en comisionar obras de arte público, que si quedarán como un testimonio que pudiéramos compartir. La galería de Palacio Nacional no crea acervo, no es de arte, y representó un gasto exagerado en antigüedades de dudosa originalidad. Si el fin era gastar, demostrar que para celebrar y tirar el dinero como México no hay dos, por lo menos podrían haber pensado en obras que permanecieran.

En medio de un sangriento presente, con una lucha interna contra el narcotráfico que no ve resolución ni estrategia, este gasto discrecional más que motivar a sentirnos orgullosos de ser mexicanos nos hunde en una profunda vergüenza. Sumamos la evasión de estas fiestas a la poca inclusión de sus intenciones, ¿dónde están las comunidades indígenas en este pastelazo? No fueron requeridas, esta fiesta se reserva el derecho de admisión.

Por lo demás, a contratar empresas extranjeras para la organización, jingles de comida basura para la canción oficial y un monumento construido por empresas que desprecian los materiales nacionales para celebrar que, por fatalidad, somos mexicanos. Era una oportunidad para impulsar creaciones artísticas, desde conciertos musicales, óperas, ballets, esculturas, murales, y todo dentro de nuestras instituciones y escuelas. En lugar de eso trajeron empresas que hacen eventos privados y congresos pagándoles millones de dólares por un desfile de carros alegóricos. Esta celebración es en realidad, una campaña de proselitismo para convencernos de que a pesar de lo mal que vamos, podemos cantar shalala. Dejando de lado verdaderas urgencias y necesidades.

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