El Periódico
Juan Villoro
El próximo día 15 México celebrará su independencia en la plaza de Sant Jaume. La ceremonia del «grito» ocurrirá en el mismo balcón donde Pep Guardiola, recordando a Josep Tarradellas, exclamó: «Ja la tenim aquí!»
El independentismo mexicano cumple 200 años. Me temo que no somos un ejemplo de autoayuda para los soberanistas catalanes. Después de dos siglos sin España, los fuegos artificiales se confunden con las balas. La violencia es el sello de la hora. Por otra parte, nos apartamos de España pero no de BBVA, Melià o Repsol. La península se ahorró la molesta gestión del virreinato y conservó los negocios.
Los festejos han seguido un guión que ya no pudo interpretar Cantinflas. El presidente Calderón convocó a un concurso para construir un Arco del Triunfo. ¿Qué campeonato o qué batalla acreditaba ese proyecto? La respuesta se sumió en nieblas metafísicas.
La guerra más reciente (contra el crimen organizado) es intestina y ha dejado 28.000 muertos sin victoria de por medio. Ante la imposibilidad de acreditar otros logros que la onomástica, el Arco fue visto como el redundante festejo de ser como somos, y contó con el respaldo de los principales despachos de arquitectos (con una institucionalidad sin fisuras, descubrieron que todo arco es hermoso).
Lo extraño es que el jurado premió ¡una torre! Este fallo surrealista fue analizado por el arquitecto catalán Miquel Adrià, que dirige en México la revista Arquine. Hay sitios donde es ilógico que el premio mayor de la feria ganadera lo conquiste una cebolla, pero México no es ese sitio. El guión cantinflesco no acabó ahí: la torre no estará lista para el Bicentenario. Cien años antes, el dictador Porfirio Díaz acabó a tiempo la columna de la Independencia.
Lo decisivo de la vida mexicana es que no necesitamos pretextos para festejar: el jolgorio es un fin en sí mismo. Las causas han sido superadas por nuestro estado de ánimo. Tal vez no sea racional que la identidad se funde en el placer de gritar de gusto, pero eso nos articula como nación.
Quienes asistan a la fiesta de la plaza de Sant Jaume comprobarán que el independentismo mexicano es un recurso que perfecciona la alegría.
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