Para escribir este ensayo, considerado como uno de los mejores libros del año por el Times Litterary Suplement, Lucena Giraldo tuvo en cuenta cómo se conmemoraron en 1976 y 1989 los bicentenarios de la Revolución Americana y Francesa, dos grandes procesos históricos que «monopolizan la invención de la modernidad. Nosotros tenemos que aprovechar la coyuntura de este bicentenario no sólo para pensar el futuro, sino también para mostrar cómo el programa de la libertad moderna es una contribución esencial de Hispanoamérica»
Esto es algo que tiene que ver con dos elementos. «En primer lugar, una ampliación de la idea de ciudadanía, que aquí no viene de la Revolución Francesa, sino del barroco; así, en un desfile barroco participaban los indios, los mestizos, los mulatos y los blancos: se daba visibilidad política a todos los estamentos. Cuando se producen las revoluciones de independencia había una gran presencia étnica: la idea de que la libertad está por encima del color de la piel es hispana. Es decir, la constitución barroca favorecía esos equilibrios que mantenían unida a la sociedad. Y en segundo lugar, son procesos de crisis política que van del centro a la periferia, como ocurrió en la caída de la URSS».
Momentos estelares
Los momentos estelares fueron varios. «El primero, los sucesos acaecidos en Caracas en abril de 1810. «Llegan noticias de que Cádiz está a punto de caer en manos de los franceses. Se instalará una Junta que poco después proclamará a Venezuela independiente no de la madre patria ni del soberano -y esto es importantísimo-, sino de la Regencia, cuya legitimidad está en cuestión. El segundo se producirá en febrero de 1815 cuando un ejército compuesto por unos 14.000 veteranos de la guerra peninsular, el más gran enviado nunca, zarpará hacia Caracas. Cagigal se pregunta: «¿Para qué envían este ejército si América se ha pacificado?». También el trienio liberal fue un momento estelar. En marzo de 1820 Riego, cuyo ejército se disponía a partir hacia el Río de la Plata, se levanta en Andalucía y obliga a Fernando VII a volver a la senda constitucional. Por último, destacaré la batalla de Ayacucho, en diciembre de 1824, en la que se pone en evidencia el «realismo popular»: la inmensa mayoría del ejército realista estaba compuesto por soldados americanos».
Tres guerras distintas
En el proceso que lleva a las independencias hispanoamericanas, Lucena Giraldo distingue tres guerras distintas. «La primera se caracteriza por ser cívica y urbana, y va de 1810 a 1813. Una ciudad se proclama realista -por ejemplo: Santa Fe (Colombia)- y otra patriótica -como Cartagena de Indias-.
A partir del decreto de guerra a muerte de Simón Bolívar (1813) estas guerras cívicas se convierten en guerras civiles, produciéndose una individualización de las actitudes políticas. Por último, con la entrada de los militares, fenómeno que conducirá al caudillismo iberoamericano, aparece la guerra patriótica. Hasta ahora, la política no había sido cosa de los militares. La guerra patriótica impone que el Estado se identifique con el Ejército. Y así, luego sus estados mayores serán el embrión de los estados independientes», concluye Lucena.
Para terminar, resulta imposible no preguntarle sobre la identificación entre Hugo Chávez y Bolívar, que al autor le parece muy contradictoria: «En la mitología popular venezolana Bolívar es como Jesús, mientras que José Tomás Boves, que era un blanco pobre que había emigrado de Oviedo, es el diablo. Era un llanero, líder de los realistas, que también estaba en contra de los blancos y que quería imponer un nuevo orden en El Llano que se desvinculaba de la Justicia Real. Chávez tiene mucho que ver con él, aunque proclame el evangelio bolivariano: por su uso del lenguaje, por su extracción social y por ser llanero. Boves acaudilla una masa de desheredados que no obedece a nadie. Cuando muere y su éjército se integra en masa con los patriotas, Bolívar puede ganar la guerra, porque además ha entendido que la República tiene que ser de blancos, mestizos, mulatos y esclavos».
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