El País
Especial Bicentenario
Comienza la gran traca del bicentenario. Los 200 años de las primeras declaraciones latinoamericanas que hoy se asimilan, redondeando conceptos, a proclamaciones de independencia, estallarán durante 2010, con España como monigote de pimpampum y huésped de honor en el banquillo de los acusados.
El calendario arranca por Venezuela, cuyo presidente, Hugo Chávez, vocifera que no habría que permitir a España asociarse a los actos patrios, como sí hará, sin embargo, pero con la prudencia de ser sólo un acompañante de las festividades. El 19 de abril se conmemorará la destitución del gobernador español Vicente Emparán por el cabildo de Caracas; seguirá Argentina con la constitución el 25 de mayo de la Junta Autónoma de Buenos Aires; el 20 de julio le tocará a Colombia, donde una trifulca conocida como el florero de Llorente acabó costando un virreinato; el 16 de septiembre fue el cura mexicano, Miguel Hidalgo y Costilla, quien sí que encabezó una verdadera sublevación popular contra la monarquía hispánica; y el 18 la formación de la Junta de Santiago de Chile completará el vía crucis español, a la espera de que en 2011, y hasta 2025, se extienda una espesa representación simbólica de proclamaciones poblada de buenos y malos.
Lo que se declaraba no era, pese a todo, la independencia, sino que ante la soberanía cesante de España, sojuzgada por Napoleón, los criollos reivindicaban su autogobierno, aunque únicamente, se entiende, hasta que Fernando VII recobrara su augusto trono.
Cabe argumentar que una declaración de ruptura con España no era directamente asumible por aquellas repúblicas de propietarios en un mar de indigentes de otro color, con lo que habría que ver esa rebeldía como táctica que no osaba aún ser estrategia; pero, también, que la fórmula transaccional permitía imaginar otro final contando con que parte del criollato -que sí existió- aceptara una soberanía interior sin desvinculación completa de la metrópoli, como ha argumentado el historiador ecuatoriano José Cañizares Esguerra, y, sobre todo, con la prudencia de las Cortes de Cádiz -que no existió- para reconocer en pie de igualdad al mundo hispano-americano. Pero esa solución seguramente era demasiado moderna.
Los propósitos que animan a los gobernantes latinoamericanos son tan variados como su procedencia. La Colombia del presidente Uribe, con mucho criollo en el poder, quisiera celebraciones apacibles sin réprobos ni verdugos, pero ya se encargarán algunos fierabrás de la izquierda -el Polo- de hablar de genocidio; y lo mismo cabría decir de México, cuya dirigencia aunque es más hispánica que el sepulcro del Cid, el mestizaje del país y lo a mano que cae recordar a Hernán Cortés, crearán tensiones en todo el espectro político. Y Argentina, una presunta Europa en el Cono Sur, que gobierna una diarquía de apellido Fernández -¿o es Kirchner?- bailará al son que convenga para sobrevivir a una sociedad cada día más díscola en su proliferación de peronismos. Pero el maremoto es, sobre todo, caribeño y andino.
El bolivariano Chávez concibe las celebraciones como una recuperación de tono muscular ante unas elecciones legislativas en septiembre que, si hay que creer a las encuestas, deberían preocuparle. Ya ocurrió algo parecido a comienzos del siglo XX cuando el dictador Juan Gómez se valió del primer centenario para blindarse de nacionalismo, pero la diferencia estriba en que Venezuela, aun teniendo instituciones de débil octanaje y perdiendo gas, no es hoy una dictadura.
Pero la gran crucifixión viene de Bolivia. El presidente Evo Morales, indio aymara, presenta enmienda a la totalidad: "No hubo colonización, sino invasión para robarse nuestros recursos", ha dicho y, puestos a festejar, considera mucho más reivindicable algunas algaradas indígenas del XVIII, que el torpor con que La Paz enfocó la independencia, más preocupada por librarse de Buenos Aires que de Madrid, razón por la cual no hubo grito de independencia hasta 1825.
¿Qué va a ser de España en ese acompañamiento votivo? Celebrar, financiar y no tomar ninguna iniciativa sin consensuarla con México, Colombia, Argentina, Perú y Chile; dialogar con Bolivia y Venezuela, que con Ecuador, bajo Rafael Correa y pese a su bolivarianismo, no hay problema. Y explorar cómo puede España reconocer su responsabilidad, pero sólo conjuntamente con el criollo que fue brazo ejecutor de tanto abuso y crimen contra el indígena y el esclavo durante la colonia y en la independencia, porque los pecados del pasado, como subraya el guatemalteco Severo Martínez Peláez en La patria del criollo, no se olvidan; y España necesita hacer borrón y cuenta nueva.
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